TEXTOS GUIAS I.E SAGRADA
FAMILIA, SEGUNDO PERIODO. AÑO LECTIVO 2022
AREA CIENCIAS SOCIALES Y
COMPETENCIAS CIUDADANAS.
GRADOS OCTAVOS.
DOCENTE EIVAR STERLING
SANDOVAL.
SEDE MARIA MONTESSORI.
Docente:
Eivar Sterling Sandoval Grados:
Sede Central y María Montessori. Año
Lectivo: 2022 Período: segundo.
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Derechos Básicos de aprendizaje:
(DBA3).
Analiza
los cambios sociales, económicos, políticos y culturales generados por el
surgimiento y consolidación del capitalismo en Europa y las razones por las
cuales este sigue siendo un sistema económico vigente.
(DBA4).
Analiza
los procesos de expansión territorial desarrollados por Europa durante el siglo
XIX y las nuevas manifestaciones imperialistas observadas en las sociedades
contemporáneas.
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Estándar: Identifico el potencial de diversos legados sociales,
políticos, económicos y culturales como fuentes de identidad, promotores del
desarrollo y fuentes de cooperación y conflicto. |
Competencias
a desarrollar
-Interpretación, análisis de perspectivas. -Pensamiento reflexivo y sistemático. -Pensamiento
social. -Indagar
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ANTIGUO REGIMEN E ILUSTRACION.
LA
BURGUESIA.
La época que va desde los
siglos V al X constituyó para Europa un período de guerras, invasiones y
acomodamientos sociales, que consolidaron el orden feudal. En los siglos X y
XI, se experimentó una relativa estabilidad al interior de la sociedad feudal,
que sumada a la expansión agrícola, posibilitaron el renacimiento del comercio
y la producción artesanal.
El renacimiento comercial
produjo una nueva forma de riqueza, la riqueza mobiliaria, la cual originó la
burguesía, un nuevo grupo formado por mercaderes y algunos siervos que
escaparon del campo y de las expresiones feudales para organizar villas, reviviendo
la vida urbana. Fue tal la importancia que adquirió la burguesía en Francia, participó
en los Estados XIV, XV y XVI.
Para el siglo XVIII, la
burguesía dominaba el comercio, la manufactura, participaba de la burocracia en
los diferentes estados absolutistas y su dinero financiaba a la insolvente
nobleza y monarquías europeas, de manera que entró a disputarle el poder,
apoyándose en los sectores populares y en algunos aristócratas que no
compartían la política de las monarquías absolutistas.
¿Qué
es una revolución?
La historia de la humanidad se
ha caracterizado por las transformaciones en las formas de vida de las
sociedades. El ritmo de estas transformaciones suelen ser bastante lento, pero
algunas veces suele acelerarse y, en poco tiempo, se producen cambios de todo
tipo, que dan lugar a una sociedad totalmente distinta; a estas alteraciones
profundas y bruscas se conoce como revoluciones.
Entre 1.774 y 1.848, Estados
Unidos y Europa Occidental vivieron innovaciones radicales en su economía e instituciones
políticas, que acabaron con el Antiguo Régimen y dieron lugar a una sociedad
distinta. La burguesía fue protagonista principal en este proceso, porque
lideró diferentes cambios en la sociedad, con el fin de impulsar su desarrollo
y eliminar las trabas en los siguientes aspectos:
En lo económico: la dificultad
para vender y comprar las tierras, por el monopolio de la iglesia y la nobleza
sobre estas propiedades; las abundantes aduanas internas que impedían la
expansión de la industria y el comercio; y la organización cerrada de los
gremios que frenaban la producción de diferentes artículos de consumo.
En el plano social, la gran
disparidad entre los diversos grupos sociales organizados en estamentos casi
fijos y no gozaban de igualdad ante la ley.
En el campo político; los
estados absolutistas y las monarquías no reconocían la igualdad de las personas
ante la ley, la representación política de los diferentes grupos sociales, la
división de poderes y la libertad de
industria y comercio.
Las
revoluciones burguesas.
Los diversos cambios que
promovieron la burguesía y su ascenso al poder de los estados a finales del
siglo XVIII y durante la primera mitad del siglo XIX, constituyen el proceso
conocido como las revoluciones burguesas. Dichas revoluciones se sustentaron en
la Ilustración y el liberalismo, ideas surgidas desde el siglo XVII, pero que
en los siglos XVIII y XIX alcanzaron su maduración y concreción.
La
Ilustración.
Fue un movimiento intelectual
que predominó durante el siglo XVIII en las sociedades europeas, defendido,
entre otros, por pensadores como Montesquieu (consecución máxima de la
libertad, a través de la separación de los tres poderes), Diderot (trabajo la
relación entre los descubrimientos científicos y la especulación metafísica),
Rousseau (criticó la opresión económica a la que era sometido el pueblo),
D’alambert (clasificó las ciencias a través del método científico), Voltaire
(promovió la exaltación de la libertad defendía la libertad religiosa y la
libertad ideológica), quienes exaltaron que la razón y la ciencia serían los
elementos a través de los cuales el ser humano alcanzaría la felicidad, y no
mediante la fe religiosa como lo afirmaba la iglesia. La palabra ilustración
significo luz y razón contra la oscuridad.
Como los filósofos ilustrados
estaban convencidos de que el progreso de las ciudades dependía de la
educación, la ciencia y la razón, crearon la enciclopedia, con el fin de
recopilar los avances del pensamiento y plantearon algunos cambios al interior de los estados absolutistas, pero sin tener
en cuenta a las masas, porque consideraban que sólo las personas ilustradas
estaban en capacidad de gobernar a las desposeídas y sin educación.
Pese a que buena parte de los
filósofos ilustrados participó en las monarquías del Antiguo Régimen, sus ideas
sobre la razón, los derechos naturales, la ciencia y el progreso, fueron
utilizadas por la burguesía en las revoluciones burguesas.
El
liberalismo.
La ideología liberal buscaba
el reconocimiento de los derechos naturales de las personas ante la ley, la
libertad de comercio, de industria, la división de poderes, la representación
en el gobierno de los diferentes sectores sociales, el ejercicio de las
libertades personales, como el de prensa, palabra, reunión, asociación, validez
de las constituciones escritas y las leyes para controlar el poder y evitar
excesos de los gobiernos y los estados.
Al interior del liberalismo se
distinguieron dos tipos:
El liberalismo político, que partió de la concepción de que la
sociedad fue creada por un contrato hecho por todas las personas que la
componen y no por Dios, de quien decían los nobles y monarcas que les había
delegado el poder. Si la sociedad era producto de un contrato, entonces la
sociedad tenía derecho a gobernarse por sí misma, a ejercer su soberanía y si
bien podía llegar a aceptar el mandato de un rey, el poder de este debía estar
controlado por ciudadanos y no por súbditos ni vasallos. De manera que los
diferentes grupos sociales que conformaban la sociedad, la nobleza, la
burguesía, el clero, el campesinado y los trabajadores de diferentes oficios,
deberían tener las mismas oportunidades políticas y sociales, a través de la
igualdad ante la ley y la representación ante el Estado.
El liberalismo económico, desarrollado especialmente por pensadores
ingleses como Adam Smith, Robert Malthus y David Ricardo, concibió la libertad
en todas sus formas como garantía de crecimiento económico. Si los individuos
gozaban de libertad, era posible que pudieran trabajar en los oficios en los
que se sintieran competentes, a cambio de un salario; los bienes se podrían
comprar y vender sin restricciones, todos los individuos que estuvieran en
capacidad de hacerlo podrían crear industrias y comerciar sin trabas de ningún
tipo.
Todo lo anterior permitiría el
desarrollo de la economía y el aumento de las ganancias; a su vez, la libertad
de la mente abriría las posibilidades para la investigación y los
descubrimientos científicos, lo que redundaría en el crecimiento económico. La
visión del mundo que defendió la burguesía en su ascenso fue presentada a los
diferentes grupos sociales del Antiguo Régimen, en especial a los pobres, como
la ideología que satisfacía las expectativas y el interés general de todos los
miembros de la sociedad.
No obstante, las revoluciones
de finales del siglo XVIII y XIX fueron tan complejas, que en ellas mismas, los
burgueses se vieron enfrentados a los grupos sociales, como la pequeña
burguesía y los proletarios que estaban apareciendo, que los acusaban de ser
responsables de consolidar un sistema social tan injusto como el del Antiguo
Régimen. Las corrientes radicales se generalizaron en el siglo XIX, y se
manifestaron a partir de las luchas de los sectores populares contra la
burguesía.
Inglaterra:
Crecimiento
económico notable gracias al activo comercio con sus colonias y el paso de la
producción artesanal tradicional a un sistema manufacturero, que generalizó las
relaciones de trabajo asalariadas. La burguesía entre 1.640 y 1.660, pacto con
la nobleza una monarquía parlamentaria, con representación compartida y sin
participación popular.
Las
trece colonias: A finales del siglo XVIII, los colonos de las
trece colonias del este de Norteamérica liderados por los burgueses, se
sublevaron contra las restricciones económicas y políticas inglesas e instauraron
un régimen que les permitió desarrollar sus negocios en diferentes lugares del
mundo sin ningún obstáculo.
Francia: Tenía
una economía débil por la proliferación de pequeños productores, tanto en el
campo como en la ciudad, y la abundancia de restricciones aduaneras impuestas por la nobleza que impedían la
unificación del mercado. Políticamente el gobierno absolutista y centralizado
daba participación a la burguesía. Francia acabó con el Antiguo Régimen,
liderado por la pequeña burguesía, así como por los pobres de las ciudades.
Además se convirtió en el modelo clásico de la revolución política para Europa entre 1.789 y 1.848.
Europa
Oriental y Central: Eran diferentes del resto de Europa, con una
burguesía escasa y débil, con gran dispersión de reinos y altos tributos
feudales sobre la numerosa población campesina, como sucedía en Austria, Prusia
y Rusia. Las revoluciones en estas regiones sucedieron entre 1.815 y 1.848,
bajo la influencia de la revolución francesa. La mayoría fracasó por la
represión que desató la nobleza; sólo se consolidaron los procesos burgueses en
Italia y Alemania tras su unificación, en la segunda mitad del siglo XIX.
Acontecimientos de 1.789 que desencadenaron la revolución francesa.
Las tensiones sociales
existentes en Francia estallaron de manera radical, debido a una grave crisis
económica que tuvo su punto culminante en 1.789, y ayudó a que el descontento
de la población se generalizara por el déficit en la producción de alimentos, y
el encarecimiento de los productos básicos. Las cosechas venían mal desde
1.785, la producción industrial y los salarios bajaron bruscamente mientras que
el costo de vida subió en 1.789 entre el 100 y 200%.
La baja en la producción
industrial se debió a la pérdida del poder adquisitivo, sobre todo de la
población pobre. La víspera del 14 de julio de 1.789, el presupuesto de los
sectores populares para comprar pan pasó del 58% al 88% lo que dejaba sólo el
12% para los demás gastos. La carestía generó desempleo, miseria, mendicidad,
vagabundeo y desestimulo la producción de los diversos sectores de la economía.
Durante el siglo XVIII, hubo
un gran crecimiento de las ciudades por efecto de la migración de campesinos hacia
la ciudad y el aumento natural de la población. Esta situación dificultó aún
más el abastecimiento de los alimentos y ayudó al alza de los precios, al
provocar una mayor demanda de los alimentos.
La monarquía francesa
enfrentaba grandes dificultades financieras, debido al apoyo que brindó a las
colonias norteamericanas y a la guerra con Inglaterra, lo que dejó en mal
estado el presupuesto; los impuestos indirectos no alcanzaban para cubrir los
gastos, por lo que fue necesario gravar con impuestos directos a todos los
propietarios sin excepción; a lo anterior se agregaba que la corte gastaba
mucho dinero en lujos y fiestas y los gastos del estado francés eran mayores
que sus ingresos.
La crisis financiera provocó a
su vez, un enfrentamiento político entre la monarquía y la aristocracia, por lo
que el ministro de finanzas Loménie de Brienne, reunió el 1° de mayo de 1.789 a
los estados generales. Estos constituyeron tres órdenes con el mismo número de
representantes y voto separado. Su objetivo era hacer unas nuevas reglas de
juego para Francia, a través de una constitución.
La burguesía tomo la vocería
del tercer estado desde ese momento. Sus peticiones básicas fueron abolir los
privilegios aristocráticos, los tres estados feudales y establecer la igualdad
civil. Las condiciones económicas, sociales y políticas del momento llevaron a
que el tercer estado se enfrentara a la nobleza y la monarquía.
-Nobleza.
-Aristocracia.
-Burguesía.
-Sectores populares.
Los sectores populares por su
parte, empujaron a la burguesía a la revolución para que ejerciera una gran
presión sobre los nobles, a quienes culpaban de la carestía de la vida y de un
complot que quería perjudicarlos.
La revolución se inició con la
toma de la Bastilla el 14 de Julio de 1.789; esta jornada se explicó, en buena
medida por el hecho de que el pan alcanzó un elevado precio ese día. Desde ese
momento los miedos e iras mutuos determinaron buena parte de las acciones de la
revolución: los pobres temían y se resentían contra los nobles y los ricos; la
aristocracia y la gran burguesía, a su vez, le temían al pueblo, porque
consideraban que si en él iba a residir el poder, el gobierno y la nación
caerían en el caos y el desorden.
Como producto del miedo el
pueblo se armó para defenderse, pero también, invadido de un sentimiento
confuso de justicia popular, se dedicó al pillaje, incendio de castillos,
asesinato de nobles y robos. La burguesía en un comienzo, estuvo de acuerdo con
la ira popular; no obstante, fue organizando una milicia burguesa, la cual se
armó con un doble objetivo: por un lado, evitar el ataque de las milicias del
rey a Paris, y por otro, contener la ira popular.
Con la toma de la Bastilla, se
derrocó el Antiguo Régimen y se organizó en Paris una Asamblea de Electores y
una democracia directa. En los diferentes barrios, se crearon clubes políticos
y organizaciones populares conocidas con el nombre de comunas. Uno de los
clubes más conocidos fue el de los jacobinos, denominados la Sociedad de Amigos
de la Constitución.
La
Asamblea Nacional Constituyente (1.789-1.791)
El objetivo de la Asamblea
Constituyente fue la redacción de una constitución para Francia. Esta asamblea
estuvo compuesta por diferentes partidos políticos que se fueron difundiendo
con los sucesos de la revolución: los monarquistas, defensores de la
monarquía y la nobleza; los jacobinos
representaron a la pequeña y mediana burguesía; los girondinos, encarnaron los
intereses de grandes negociantes de la burguesía provincial y de destacados
intelectuales. Pero, con la toma de la Bastilla, las dos organizaciones
políticas con mayor apoyo fueron los girondinos y los jacobinos.
En la asamblea predominó el
liberalismo, que impulsó la creación de una monarquía constitucional, donde el
gobierno estuviera dominado por los grandes propietarios. Entre sus obras más
importantes se destacó la Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, 26 de agosto de 1.789; el cercado de las tierras comunales; el
fomento a los empresarios rurales; la prohibición de corporaciones y gremios de
trabajadores y artesanos; la creación de la guardia nacional, que agrupó a
quienes tenían residencia fija y bienes para proteger en contra de la gran masa
de pobres; así como la constitución civil del clero en 1.790.
En este período se acogió el
tricolor azul, blanco y rojo, como símbolo de una nueva etapa en la historia de
Francia. La constitución se terminó en 1.791 y se organizó la asamblea
legislativa.
La
Primera República (1.792-1.793)
Aunque la monarquía y la
nobleza participaron en la Asamblea Constituyente, la nobleza no se resignó a
tener a tener un papel secundario en la sociedad francesa y empezó a intrigar
en el exterior, para derrocar al nuevo gobierno. La constitución civil del
clero dio un carácter anticlerical al proceso. Para resolver la crisis
económica, la Asamblea nacionalizó y puso en venta los bienes de la iglesia,
comprometiéndose a sostener el culto y pagar sueldo a obispos y sacerdotes.
Para ello suprimió las comunidades religiosas, reglamentó el número de
obispados y parroquias, y dispuso que el clero fuera elegido por los
ciudadanos. El papa condenó esta constitución civil del clero, la inmensa
mayoría del clero francés no lo acepto y el monarca, que era profundamente
católico, huyó de París pero fue detenido cerca de la frontera y suspendido en
sus funciones por la Constituyente. Esta frustrada fuga hizo impopular al rey.
La monarquía se unió a la
conspiración; y en junio de 1.791, Luis XVI y su familia intentaron huir al
extranjero, pero fueron detenidos en Varennes, acusados de traición a la
patria.
En contraposición a la
monarquía, se afianzo en el republicanismo, que partió del principio de que los
asuntos públicos debían ser manejados por el pueblo, porque este era fuente de
poder y autoridad, no Dios ni los monarcas; y los reyes que abandonaban a su
pueblo, como lo pensaba hacer Luis XVI, perdían el derecho a la lealtad de sus
súbditos. Aprovechando la crisis provocada en Francia por la conspiración de la
monarquía y sus simpatizantes en Europa, Inglaterra, Austria y Prusia iniciaron
una invasión con ayuda de los nobles franceses que estaban en el exterior; unos
300.000 franceses emigraron entre 1.789 y 1.795.
En abril de 1.792, la Asamblea
Legislativa declaró la guerra a Austria y a sus aliados; al mismo tiempo, llamó
a voluntarios a la guerra, a cuyo llamado acudieron especialmente, los pobres
de las ciudades que, mal alimentados y abastecidos, derrotaron en septiembre
del mismo año a los prusianos.
Con el triunfo de la guerra,
se instauró la primera república francesa que pretendió abolir todos los
residuos del Antiguo Régimen. El primer logró de la República fue la creación
de la Convención Nacional a través de elecciones, en la que dominó el partido
de los girondinos.
Pero con la organización de la
república, Francia no consiguió la estabilidad, estuvo amenazada por ejércitos
prusianos e ingleses en sus fronteras, y hubo quiebra de la economía y una
sublevación contra París de la mayor parte de regiones que componían el país.
Ante las amenazas la nueva República inventó la guerra total, el reclutamiento
en masa, y la utilización de todos los recursos hacia la guerra controlando
férreamente la economía.
Los sans-culottes participaron
activamente en la guerra; se convirtieron prácticamente en un ejército al
servicio de los jacobinos y, como consecuencia, declararon la republica
jacobina el 2 de junio de 1.793.
Finalmente la Constitución de
1.791 convirtió al Estado en monarquía constitucional. Varios actos populares a
favor del establecimiento de una república frenaron la obra de la
Constituyente. Temerosos de que el bajo pueblo interviniera demasiado en el
gobierno, los asambleístas terminaron a toda prisa la Constitución que no
estableció la república, sino una monarquía constitucional, ejemplo Gran
Bretaña (Luis XVI fue reestablecido en el trono). Pero contrariando los mismos
principios de la célebre Declaración de Derechos, la Constitución de 1.791
concedió el voto solamente a los ciudadanos que pagasen impuestos equivalentes
a tres días de sueldo y exigió la condición de propietario para ser elegido a
cargos públicos. La nación quedaba bajo el control político de los burgueses.
La
República Jacobina (1.793-1.794)
Esta república con el
predominio en el gobierno de los jacobinos y la amplia participación de los
Sans-culottes y la clase media, consagró que la finalidad del gobierno era el
bien común y afirmó que no bastaba con proclamar los derechos, sino hacerlos
efectivos.
En los catorce meses que duró,
hizo varias realizaciones: congelo el precio de los alimentos; confiscó provisiones
a campesinos y especuladores; abasteció a las ciudades sobre todo París; abolió
los derechos feudales, repartió tierras quitadas a la iglesia; abolió la
esclavitud en sus colonias y redactó una constitución radical que otorgaba al
pueblo el sufragio universal, el derecho al trabajo, a la insurrección y al
alimento. Pero sus logros más visibles fueron la unificación de Francia, el
retorno de la gobernabilidad y el rechazo a los invasores extranjeros.
Algunas medidas jacobinas,
como la congelación de precios, que produjo la congelación de los salarios y la
confiscación de alimentos, que perjudico a los campesinos, fueron acabando con
el apoyo que le habían dado los Sans-culottes y otros grupos sociales. Además,
el sector radical jacobino, encabezado por Robespierre, cometió
arbitrariedades, como las ejecuciones de Hébert, Marat, Dantón, y algunos
Sans-culottes, la eliminación de libertades y la imposición de cultos, como el
del Ser Supremo, lo que ocasionó su derrocamiento por la Convención el 27 de julio
de 1.794 y Robespierre, Saint Just y Cotuhon fueron guillotinados el 28 de
julio.
El
Directorio (1.795-1.799)
Consistió en un gobierno de
cinco personas, nombradas por la Convención, caracterizado por el dominio de
los girondinos y la falta del apoyo popular. En 1.795, redactó una
constitución, que defendió los intereses de la burguesía. Su política osciló
entre el monarquismo y el jacobismo, pero le temió a ambos extremos: al deseo
del monarquismo de volver al Antiguo Régimen y al radicalismo jacobino.
Lo anterior convirtió al
ejército en una garantía para controlar a la oposición y a los enemigos
externos. En 1.796, evitó que Francia fuera invadida por sus enemigos y, en
1.798, realizó una campaña contra Egipto y Siria, para debilitar a Inglaterra,
su rival económico. Estas campañas expandieron los negocios de la clase media,
beneficiando a banqueros, negociantes y abastecedores de los ejércitos.
Pero el gobierno del
Directorio, por la corrupción, el despilfarro y los escándalos no garantizó la
estabilidad política, lo que facilitó que, el 9 y 10 de noviembre de 1.799, el
18 brumario, Napoleón Bonaparte
diera un golpe de estado, a partir del cual se organizó el Consulado.
El
Consulado (1.799-1.804)
Estaba formado por tres
cónsules provisionales en el poder ejecutivo: Napoleón, Sieyés y Roger Ducos.
En 1.802, Napoleón aprovechando la acogida que tuvo en Francia la firma del
Tratado de Paz de Amiens con Inglaterra, modificó la constitución,
autoproclamándose cónsul único, vitalicio y con poder hereditario. Ante su
actitud dictatorial, se fraguó un plan para asesinarlo, pero él aprovechó esta
situación para declararse emperador en 1.804, dando origen a un nuevo período
político: El Imperio Napoleónico.
Napoleón
Bonaparte: del golpe militar al imperio.
El ejército revolucionario
llegó a contar con un millón de hombres. Entre sus generales se encontraba
Napoleón Bonaparte (1.769- 1.821), quien a los 24 años encabezó los ejércitos
que vencieron a Austria, aunque los franceses se encontraban en inferioridad de
soldados y armamentos, y ocuparon todo el norte de Italia. Napoleón, sin contar
con el Directorio, impuso las condiciones de paz, revelando con ello que era un
hombre ambicioso, autoritario y gran político.
El directorio temeroso del
poder y de la fama de Bonaparte, lo alejó de Francia dándole el mando de la
campaña de Egipto (1.798). Mediante ella, se pretendía bloquear las rutas
comerciales de Gran Bretaña hacia la India. Napoleón tuvo algunas victorias en
tierra pero el almirante Nelson destruyó la flota francesa en el puerto egipcio
de Aboukir y Napoleón regresó secretamente a Francia. Derrotado finalmente por
los ingleses, el ejército francés tuvo que evacuar Egipto al año siguiente.
En París, Napoleón fue llamado
por algunos políticos que conspiraban contra el Directorio y como necesitaban
apoyo militar. Lo hicieron nombrar jefe de la guarnición de París. El golpe de
Estado tuvo lugar en los días 18 y 19 brumario (9 y 10 de noviembre) de 1.799
según el calendario revolucionario: los directores forzados a dimitir, el
Consejo de ancianos sacados y el Consejo de los quinientos disuelto por la
fuerza. Los golpistas y una minoría de los quinientos redactaron otra
constitución que estableció el sistema de gobierno llamado Consulado.
Esta nueva monarquía fue confirmada
por un plebiscito popular; todas las clases populares comprendían que Napoleón
era el restaurador del orden y el progreso, quien llevaba a Francia a la
victoria. Además, el ejército lo respaldaba incondicionalmente. El imperio
napoleónico puso fin al proceso revolucionario; pero, a la vez, conservó e
institucionalizó muchos principios revolucionarios. Por ello, no fue la
Restauración del Antiguo Régimen sino un imperio burgués bajo el fuerte
autoritarismo militar de Napoleón.
Durante este periodo se
centralizó el poder en Francia, se reorganizaron las finanzas, se estableció el
libre comercio y la libre competencia, y se firmó un concordato con la Santa
Sede, en el que el Estado Francés se comprometió a pagar los sueldos de los
clérigos y estos juraron fidelidad al Estado.
También se redactó el código
civil, obra que dejó por escrito algunas de las conquistas más importantes de
la revolución, como los Derechos del Hombre, la libertad de comercio, la libre
competencia y la propiedad. Este código fue tomado como un ejemplo por muchos
Estados Europeos y Latinoamericanos
durante el siglo XIX.
La
política exterior del imperio.
Como el objetivo de Napoleón
era derrotar económica y militarmente a Inglaterra y ensanchar el territorio
francés, se lanzó a conquistar la mayor parte de estados europeos: invadió los
reinos Italianos donde nombró a algunos de sus familiares; venció a austriacos
y rusos en Austerlitz; impuso un bloqueo continental a Inglaterra, prohibiendo
el comercio de este país con cualquier lugar del continente; e invadió España y
Portugal en 1.808.
Los franceses se hicieron
dueños de casi toda Europa pero, en 1.808, los rusos desconocieron el tratado
de paz de Tilsit, firmado con Francia en 1.807 y, en 1.812 estalló la guerra
entre ambos países. Francia tuvo una serie de reveses militares en la campaña
rusa y, tras su fracaso, las potencias aliadas contra Francia obligaron a
Napoleón a retirarse hacia la isla de Elba en 1.814.
Luis XVIII, hermano de Luis
XVI, asumió el trono. Pero ante la negativa de los franceses de tener
nuevamente a la aristocracia en el poder. Napoleón regresó en marzo de 1.815 y
organizó un gobierno de cien días. Los monarcas europeos le declararon la
guerra y lo vencieron en la batalla de Waterloo en 1.815. Después de su
derrota, fue desterrado a la isla de Santa Elena, en el Atlántico sur, donde
murió en 1.821.
La derrota de Napoleón marcó
el final del período de la Revolución Francesa y dio inicio a la restauración
de las monarquías en Europa. No obstante, el espíritu y el ejemplo de la
revolución convirtieron la primera mitad del siglo XIX en uno de los períodos
más convulsionados de Europa, ya que la mayor parte de sus naciones lucharon
contra el Antiguo Régimen.
La Revolución Industrial.
A finales del siglo XVIII, la
producción de bienes manufacturados era exclusivamente artesanal; los tejidos,
por ejemplo eran fabricados por las familias en las casas, a partir de la
materia prima entregada por los comerciantes. Pero en Inglaterra se dieron los
primeros pasos para cambiar esta forma de producción. Ello fue posible gracias
a que el país contaba con mano de obra abundante y barata que había sido
desplazada del campo debido a las transformaciones de la agricultura; también a
la acumulación de capital producto del desarrollo comercial; y a la paulatina
introducción de innovaciones técnicas.
Las
transformaciones de la agricultura.
Entre 1.830 y 1.840, en
Inglaterra se presentó un aumento de la producción agrícola que permitió
alimentar una población entre dos y tres veces mayor que la del siglo anterior.
Esto fue posible gracias a la generalización de métodos de cultivos
introducidos desde comienzos del siglo XVIII, como la explotación más racional
de los suelos, la rotación de cultivos, la siembra de nuevas semillas, la aplicación
de abonos, y la introducción de algunas innovaciones técnicas, como el arado de
Rotterdam, que aumento la productividad del trabajo campesino y disminuyó la
necesidad de la mano de obra en las actividades agrícolas.
De campesinos a asalariados.
Con el aumento de la población
y la demanda de más alimentos, la producción agrícola se volvió rentable, lo
cual despertó el interés de los terratenientes ingleses, quienes consiguieron
del gobierno la promulgación de leyes para cercar las tierras comunales, antes
explotadas por los campesinos, quienes fueron despojados de sus medios de
subsistencia.
Las transformaciones en el
campo inglés condujeron a la separación de la economía aldeana y a la
modernización de la agricultura, lo cual trajo entre otras, dos consecuencias
importantes: el aumento de la producción de alimentos y el desplazamiento de
los campesinos hacia las ciudades.
Inicialmente, muchos
campesinos recurrieron a la manufactura textil conservando su independencia y
organizando el proceso productivo según sus propios ritmos de trabajo, aunque
dependiendo de los comerciantes, quienes les proporcionaban las materias primas
y les compraban los productos elaborados.
Sin embargo, con el aumento
del mercado y las exigencias que este imponía, sobre todo en la industria
textil algodonera, los comerciantes controlaron cada vez más la producción,
hasta el punto de concentrarla a talleres hasta donde convergieron los
trabajadores para contratarse como asalariados, perdiendo su independencia y el
control del proceso productivo. Por su parte, los campesinos que no emigraron a
las ciudades obtenían sus medios de subsistencia como jornaleros de los
terratenientes.
Primera
fase de la revolución industrial.
La concentración de la
industria algodonera en talleres permitió a los propietarios introducir las
innovaciones técnicas con las cuales se proponían responder a un mercado en
constante crecimiento. El ímpetu de los negociantes ingleses estuvo apoyado por
la agresiva política colonial de sus gobiernos, con lo cual consiguieron
establecer un monopolio, aventajando a algunos de sus posibles competidores.
La industria textil creció
ligada al comercio triangular, en el cual los negociantes ingleses
intercambiaban, en las costas africanas, los artículos de algodón producidos en
sus talleres, a cambio de esclavos que luego eran vendidos en los puertos
americanos. Allí, los barcos ingleses se aprovisionaban del algodón cultivado
en las plantaciones para conducirlo luego a Inglaterra, donde era transformado
en un producto industrial, a fin de ser vendido en diversos mercados.
Este comercio les reportó
astronómicas ganancias a los negociantes particulares, quienes acumulaban un
gran capital que sirvió de base para las inversiones que dieron lugar a la
primera fase de la revolución industrial, más aún cuando las innovaciones
técnicas necesarias para su puesta en marcha eran relativamente sencillas y
económicas.
La introducción de
innovaciones y la fuerte competencia que surgió llevaron una caída de los precios del producto
terminado; para mantener el margen de ganancia, los patronos redujeron los
salarios al límite de subsistencia, pero como no podían reducirlo más allá del
límite, los empresarios aceleraron la mecanización. Hacia 1.815, la producción
textil inglesa estaba totalmente mecanizada.
La
segunda fase de la Revolución Industrial.
Con la introducción de la
máquina de vapor de James Watt, en 1.765, se dieron las bases para el
desarrollo de la gran industria y para su distribución espacial. Si bien, en un
comienzo las industrias se establecían en las márgenes de los ríos caudalosos,
para aprovechar la energía hidráulica, con la máquina a vapor se podían
instalar en cualquier lugar, sobre todo donde hubiera acceso fácil al carbón
mineral. En este contexto era fundamental el desarrollo de la metalurgia y la
minería, las cuales fueron estimuladas inicialmente por la fabricación de
máquinas destinadas a la industria textil y, posteriormente, por la invención
del ferrocarril.
Transformación
de la industria minera.
A diferencia de la industria
algodonera que tenían un mercado asegurado, en expansión y que requería
inversiones mínimas, la industria del hierro carecía de mercados
representativos y exigía grandes inversiones. Sin embargo, la capacidad
productiva aumentó gracias a sencillas innovaciones, como el pudelado y el
laminado, en 1.784. Aun así, la demanda, a no ser la de máquinas modestas como
la de los telares, siguió siendo baja, por lo menos hasta las primeras dos
décadas del siglo XIX.
La suerte de minería de carbón
era diferente. Debido a la escasez de bosque en Inglaterra, la explotación de
minas de carbón se extendió desde antes del siglo XVIII. Para esta época era
tal la demanda, que la industria carbonífera necesitaba una gran revolución
técnica. Las minas no sólo introdujeron las máquinas a vapor para su
explotación, sino que requerían medios de transporte más eficientes para
trasladar las enormes cantidades de carbón extraídas a los lugares de consumo.
Esta situación, unida a los altos costos del transporte terrestre, sirvió de
estímulo para la introducción del ferrocarril, que ejercería una influencia
transformadora sobre todas las demás industrias.
El
ferrocarril.
Esta innovación percibida por
los contemporáneos como un colosal invento produjo el mayor impacto sobre el
desarrollo económico en general. Por una parte, la industria del hierro aumentó
su producción en Inglaterra de: 680.000 toneladas, en 1.830, pasó a 3.500.000
toneladas en 1.850. La producción de carbón pasó de 15 a 45 millones de toneladas.
Tal aumento obedecía a las enormes cantidades de hierro y acero necesarias para
los tendidos de vías, además de la maquinaria pesada de las locomotoras y sus
vagones.
Por otra parte la construcción
de ferrocarriles demandaba enormes inversiones de capital. Como en sus inicios
los ferrocarriles no parecían muy rentables, invertir en ellos resultaba
irracional si se tiene en cuenta que la búsqueda de rentabilidad era la
motivación de los empresarios.
Sin embrago, las enormes
cantidades de capital acumulado en la primera fase de la Revolución Industrial
eran tan grandes que excedían la capacidad de gastarlo o invertirlo en zonas
existentes; por tanto, la burguesía industrial y financiera se arriesgó a
invertir en el ferrocarril, en la medida que podría permanecer como inversión
fija sin que se desvalorizara.
De tal forma, entre 1.830 y
1.850, los países europeos y los Estados Unidos se dieron a la tarea de
construir ferrocarriles, muchos de ellos con capital, hierro y técnicos
británicos. Las inversiones pasaron de 28 millones de libras esterlinas en
1.840 a 240 millones en 1,850. El ferrocarril sirvió como dinamizador de la
economía, contribuyendo al crecimiento del comercio mundial.
Expansión
de la Revolución Industrial.
Si bien la Revolución
Industrial se inició en Inglaterra, para 1.850 este fenómeno se extendió a
otras regiones de Europa y a los Estados Unidos. El mecanismo de expansión fue
en gran medida la importación de técnicas y máquinas procedentes de Inglaterra.
En Francia, la transformación industrial fue precedida por la revolución
política; la monarquía liberal de 1.830 implantó un régimen burgués y facilitó
el despegue de la actividad fabril. Al mismo tiempo, la Revolución Industrial
en Alemania fue precedida de reformas burguesas que permitieron superar la
fragmentación territorial y la organización social feudal. Igualmente, en
Estados Unidos, al finalizar la guerra de Secesión, con el triunfo del norte
capitalista, se dio un gran auge de la actividad industrial estimulada, entre
otras cosas, por la migración Europea, los descubrimientos de minas de oro en
California, la existencia de gran cantidad de recursos naturales y una política
de abierto respaldo a la expansión de negocios.
Consecuencias
socioeconómicas de la Revolución Industrial.
La fábrica industrial
transformó la forma tradicional de vida de los trabajadores y arrastró a muchos
de ellos a una extrema pobreza y una total desmoralización. Así la sociedad
industrial se caracterizó por aspectos concretos como los siguientes:
Crecimiento rápido e
incontrolado de las ciudades, y sobre todo, el hacinamiento de los trabajadores
pobres en áreas antihigiénicas, donde eran víctimas de epidemias.
Consolidación del proceso
fabril, que tenía como protagonista a la máquina. El obrero era una pieza más
de un complejo mecanismo al cual debía acoplarse, bajo horarios estrictos y
jornadas de 16 horas de trabajo diario. Desaparecieron la autonomía del
trabajador para disponer de su propio ritmo de trabajo y las relaciones
cordiales con el maestro artesano.
Aumento de la resistencia de
los trabajadores a emplearse en las nacientes industrias mecanizadas; sólo
cuando la ruina de su oficio y el hambre les imponía la necesidad, recurrían a
vender su fuerza de trabajo y aún se oponían a la rígida disciplina de la
fábrica; por tal motivo, los patronos preferían contratar a mujeres y niños
porque resultaban más dóciles.
Generalización del trabajo de
los niños. Con la mecanización, no se requería el trabajo calificado; para los
patronos era más fácil y rentable contratar a mujeres y niños, pues sus
salarios eran menores que los pagados a hombres adultos, con lo cual disminuían
los costos y aumentaban los beneficios para el capitalista.
Aunque los obreros no deseaban
enviar a sus hijos a las fábricas o minas, los bajos salarios que recibían no
eran suficientes para sobrevivir y, por tanto, se veían obligados a entregarlos
a orfelinatos. Frecuentemente, estas instituciones llegaban a acuerdos con las
fábricas para enviar allí a los niños puestos a su disposición.
El capitalismo.
Surgimiento
y ampliación del capitalismo.
El surgimiento del capitalismo ha
sido objeto de múltiples posturas económicas y sociológicas, aunque todas
coinciden en que nació en el siglo XV en Europa.
La crisis del feudalismo
(sistema anterior) dio paso al nuevo sistema capitalista. Sus características
empiezan a ser visibles para los historiadores en la Baja Edad
Media, en el momento en que la vida económica migra
transitoriamente del campo a la ciudad.
La manufactura y el comercio
comenzaron a ser mucho más rentables y lucrativos que el trabajo de la tierra.
Lo que dio lugar a un aumento inusitado de la renta por parte de las familias
feudales a los campesinos. En toda Europa se produjeron revueltas campesinas
protestando por la abrupta subida de impuestos.
La catástrofe demográfica que
supuso la peste
bubónica significó una de las hambrunas más
grandes de la historia. La gente sentía que el feudalismo no daría respuesta a
las demandas económicas y sociales de la población, es allí cuando se inicia la
transición de un sistema a otro.
En toda Europa se fueron
instalando burgos (urbanismos nuevos). En ellos, las personas comenzaron
–incipientemente- a especializarse en la mano de obra de pieles, madera y
metales principalmente. Es decir, a agregarle valor a las cosas y
comercializarlas o intercambiarlas.
Mientras los habitantes de los
burgos (burgueses) tomaban poder y acumulaban capital, los feudos sufrían
embates meteorológicos, malas cosechas y pestes que los fueron debilitando.
Factores
para el surgimiento del Capitalismo.
Una de las características que
dio paso al capitalismo es que en Europa un burgués podía tener más riquezas
que un señor feudal y que un rey, mientras que en el resto del mundo feudal
nadie podía ostentar más riquezas que quien ejercía el poder.
Etimológicamente la palabra
capitalismo deriva de la idea de capital y uso de la propiedad privada. No
obstante, hoy en día su significado va más allá, el capitalismo contemporáneo
tomó forma de economía de mercado y para muchos autores es un sistema.
Para el padre del liberalismo
clásico, Adam Smith,
las personas siempre hemos tendido a “realizar
trueques, cambios e intercambios de unas cosas por otras” por esta
razón, el capitalismo surgió espontáneamente en la Edad Moderna.
Karl Marx moteja, en el
Manifiesto del Partido Comunista, a la clase burguesa como una “clase
revolucionaria” por oponerse al sistema feudal, instauraron otro modo de
producción y lo universalizaron. Para Marx la clase burguesa creó el
capitalismo y a su vez las contradicciones que darían fin al mismo.
La filosofía renacentista y el
espíritu de la Reforma protestante se convirtieron en
baluartes ideológicos del capitalismo en el siglo XIV. Estos movimientos
cuestionaron la cosmovisión del Estado feudal e introdujeron ideas de Estados
Modernos-Nacionales que propiciaron las condiciones ideológicas para el
surgimiento del capitalismo.
El capitalismo surge como una
necesidad histórica del momento y respondió a diversos problemas sociales y
económicos de la sociedad feudal.
La
expansión del Capitalismo.
El capitalismo es un sistema
económico y social en el que los medios de producción no pertenecen a quienes
los usan, es decir, a quienes trabajan con ellos, sino a otras personas, que se
convierten en propietarios privados. Sus rasgos claves son:
Las relaciones entre las
empresas productoras, esencialmente las fábricas, con sus clientes y con el
personal, están mediadas por contratos.
La fuerza laboral o capacidad
que tienen los seres humanos para ejecutar un trabajo se considera como una
mercancía que puede ser comprada y vendida como un bien o un servicio.
Los propietarios de los medios
de producción saben que se produce no para el bien común, sino para el mercado,
con el fin de obtener más ganancias y acumular riquezas.
El
Capitalismo Comercial.
Desde el siglo XVII, la fuente
de riqueza fue el comercio con las Indias occidentales y orientales. La base de
este comercio era el azúcar, las especias, la trata negrera y los metales
preciosos, oro y plata, sacados de los yacimientos americanos. Ese auge
comercial, favoreció a las ciudades comerciales europeas y a los centros
financieros, que acumulaban riquezas y prestaron dinero para patrocinar nuevas
expediciones en busca de más riquezas.
El
Capitalismo Industrial.
Desde el siglo XVIII, el
comercio recibió mayor impulso con los adelantos técnicos que desembocaron en
la Revolución Industrial. Así nació una nueva forma de capitalismo: el capitalismo industrial, desarrollado y difundido en
Inglaterra desde los primeros años del siglo XIX.
Más adelante, entre 1.848 y
1.870, se presentó la expansión económica, donde la mayor parte del mundo
operaba bajo el capitalismo, que funcionaba como una organización comercial y
económica en la que actuaron de manera conjunta dos factores: los capitalistas,
propietarios de los medios de producción, es decir, de las fábricas y de los
sistemas de comercio, y los trabajadores, proletarios y obreros, quienes
realizaban los trabajos.
La producción a gran escala
incentivada por la industrialización hizo que el mundo del trabajo basado en
los talleres artesanales comenzara a desaparecer. El propietario de la
industria, como capitalista, buscó el mayor beneficio económico, aumentando la
producción y ampliando los mercados para vender los productos. Por su parte,
los obreros, para poder subsistir, comenzaron a vender su mano de obra,
estabilizándose las relaciones patrón-obrero típicas del mundo capitalista
industrializado.
Capitalismo financiero
El capitalismo monopolista
surge en el siglo XX y perdura hasta nuestros días. El rápido incremento y
multiplicación del capital provocó igualmente el desarrollo de la banca y
entidades financieras.
Los banqueros y dueños de
bolsas descubrieron que una de la formas de producir dinero es teniendo dinero.
Anteriormente, la forma de producir dinero era bajo el esquema D-M-D
(Dinero-Mercancía-Dinero) ahora pasó a ser D+D: D (Dinero + Dinero: Dinero)
El capitalismo contemporáneo
integra estas tres etapas en función de la acumulación de capitales. Autores
como Vladimir Lenin sostienen que la última fase del capitalismo no es la
financiera, sino la fase
imperialista como forma de dominación económica de naciones
industriales a naciones atrasadas.
Mercantilismo
Nace como una forma de
capitalismo nacionalista en el siglo XVI. Su principal característica es que
unía los intereses del Estado con los industriales. Es decir se valía del
uso del aparato estatal para impulsar las empresas nacionales dentro y fuera
del territorio.
Para el mercantilismo, la
riqueza se incrementa a través de lo que denominaron la “balanza comercial positiva”, en
la cual si las exportaciones superan a las importaciones se estaría dando lugar
a la acumulación originaria de capital.
El
Utilitarismo: principio del capitalismo en el siglo XIX.
El utilitarismo fue la
corriente del pensamiento, de finales del siglo XVIII y primera mitad del siglo
XIX, que más influyó en el desarrollo de la sociedad industrializada. Sus
representantes, entre ellos Jeremías Bentham y John Stuart Mill, defendían los
principios de la investigación de la naturaleza; la observación de los hechos
como base de la ciencia y el deseo de entrar en contacto directo con la
realidad y con lo concreto; la formación de una ética burguesa de la
austeridad, el orden, la sencillez, el ahorro, la inversión en lugar del gasto
y la racionalidad basada en la jurisprudencia; y búsqueda del placer, entendido
como la satisfacción de las necesidades básicas, para vivir en el mundo, sin
exageraciones sino con discreción.
Hasta 1.848, la producción
industrial creció considerablemente. Sin embargo no pudo ampliar de manera
eficaz el mercado para sus productos. Incluso llegó a pensarse que el sistema
industrial podía fracasar. La solución radicó en la expansión de los mercados
para ampliar, de igual forma, el consumo. Para lograrlo, los industriales y
comerciantes invirtieron ganancias de la producción industrial en tecnificar
las comunicaciones y los medios de transporte, lo cual hizo más fácil
transportar tanto materias primas como las manufacturas. Así las cosas, el
ferrocarril y el barco a vapor colaboraron, en gran medida, en expandir el
mundo capitalista industrializado.
Estos dos medios de transporte
redujeron distancias y abarataron los costos en la producción, fue mucho más
fácil transportar materias primas de sus lugares de extracción a los centros
industriales y, posteriormente, llevar a las manufacturas a los lugares de
consumo. Esto hizo que hasta los sitios más remotos del mundo llegaran las
mercancías elaboradas en las fábricas europeas.
La
expansión comercial.
La expansión comercial del
siglo XIX, como fruto del mundo industrializado, pudo darse por los siguientes
factores:
1. Las ciudades se
transformaron en centros industriales y en focos de atracción para inmigrantes
provenientes del campo; a mediados del siglo XIX, cerca del 75% de la población
europea vivía en el campo, pero finalizando el siglo, la cifra se redujo al
50%. Así, las industrias tuvieron a su disposición abundante mano de obra
barata y los propietarios de las empresas pudieron bajar o subir libremente los
montos de los salarios de los trabajadores, situación que favoreció el aumento
de la producción.
2. Las ciudades, debido al
crecimiento de la población y al descenso de la mortalidad, gracias al impulso
de la medicina, la buena higiene y la alimentación, se convirtieron en centros
de distribución y consumo de bienes, en mercados para la producción industrial,
porque gran cantidad de sus habitantes se sumó a las actividades industriales y
el comercio que distribuía artículos para todo el mundo.
La ciudad sufrió cambios en su
naturaleza y funciones. Se construyeron barrios para los recién llegados; se
amplió la construcción de vías en función del capitalismo industrial y de la
expansión comercial; y los barrios comerciales, ubicados cerca a las estaciones
ferroviarias o a los lugares de embarque en los puertos, se convirtieron en
epicentros del mundo financiero.
La
idea de progreso.
La sociedad europea occidental
del siglo XIX y las periferias que esta iba construyendo en su expansión
mundial, vieron el progreso técnico e industrial como el fin último de la
humanidad. Ese progreso se media por el avance de la industrialización y por el
auge en las comunicaciones y el transporte. Se creía que entre más chimeneas de
fábricas y más kilómetros de vías férreas o de cables para el telégrafo
existieran, más progreso había.
Desde mediados del siglo XIX,
las aplicaciones de la máquina de vapor eran lo fundamental. La más importante
fue el ferrocarril, que se convirtió en el rey del transporte. Los distintos
países europeos comenzaron a crear redes ferroviarias complejas que superaban
las simples líneas inconexas de comienzos del auge comercial, y que permitieron
agilizar los viajes personales y el transporte de productos.
La
navegación a vapor también se vio beneficiada. En cada uno de los
países creció la construcción de canales, aprovechando los ríos. La navegación
interoceánica alcanzó innovaciones, tales como: la construcción de
embarcaciones de gran calado y velocidad; el cambio de la rueda como mecanismo
de impulso, por la hélice de tres palas, en el decenio de 1.850-1.860; y el
casco de madera fue reemplazado por el metálico, lo que le dio a los barcos más
velocidad y resistencia. Como construir esos barcos era costoso, los antiguos
armadores fueron sustituidos por grandes astilleros, patrocinados por
industrias pujantes y grupos financieros y bancarios.
El auge de este tipo de
embarcaciones redujo el costo de los fletes, aumentó el volumen de carga,
favoreciendo la expansión comercial y el surgimiento de compañías de transporte
interoceánico que se encargaba de llevar migrantes a los nuevos centros de
colonización y de transportar todo tipo de mercancías.
Las
flotas mercantes aumentaron y los principales puertos sufrieron
cambios notorios para ponerse a tono con las circunstancias. Marsella, el
Havre, Burdeos, Bolougne, en Francia; Amberes, Rotterdam y Ámsterdam en Bélgica
y Holanda; Londres y Southampton en Inglaterra; Hamburgo y Alemania, se
convirtieron en los centros claves para el intercambio comercial.
Los nacionalismos europeos.
Europa:
nación y nacionalismo.
El liberalismo y el
nacionalismo son las ideologías que vertebran las transformaciones sociales,
políticas, económicas y culturales a lo largo del siglo XIX, desde la caída del
Antiguo Régimen y la instauración de los regímenes parlamentarios en América
del Norte y Europa Occidental, hasta el triunfo de la industrialización y el
capitalismo, así como la configuración de nuevos Estados. Durante la primera
mitad del siglo las oleadas revolucionarias de 1820, 1830 y 1848, instigadas y
lideradas por la burguesía, van a convertir a estas ideologías en triunfantes.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, el propio triunfo del liberalismo y el
ascenso de la burguesía al poder económico y político, así como su liderazgo
social y cultural, van a situar a estas ideologías en unas posiciones más
conservadoras, se van a ir liberando de su carácter revolucionario, y van a ser
puesta en cuestión, por otras nuevas, tales como el marxismo y el
anarquismo. El liberalismo político y
el nacionalismo reaccionan contra los principios absolutistas de la
Restauración. Por un lado, la burguesía, grupo social en expansión, no está
dispuesta a renunciar al poder político. Por otro, la Revolución Francesa y el
Imperio napoleónico despertaron la conciencia nacionalista de algunos estados
europeos que tampoco están dispuestos a acatar la artificialidad de las
fronteras políticas impuestas por el Congreso de Viena. Así, el liberalismo
político y el nacionalismo se exacerban a partir de este Congreso, y unas veces
unidos y otras veces separados, abrirán una etapa revolucionaria en Europa a
partir de 1820 que se enfrentará a los principios de la Restauración.
El nacionalismo ha dado lugar a dos grandes corrientes ideológicas: la primera de ellas busca fortalecer la autodeterminación nacional ante potencias coloniales o neocoloniales. Mientras la segunda busca impulsar la supremacía de una nación sobre otras, denominada como «nacionalismo del colonialista y caracterizada como «nacionalismo excluyente y dominador».
El estado nacional moderno, que se afianzó primero en Europa entre mediados del siglo XIII y mediados del XVI (con Inglaterra y Francia primero, luego con España) para extenderse después por todo el mundo entre fines del siglo XVIII y comienzos del XX, se convirtió en la forma de organización política más importante de la era contemporánea. Por cierto, surgió de maneras diferentes, ya sea como resultado de monarcas reformadores e ilustrados (la Paz de Westfalia reconoció la figura jurídica del Estado en 1648), de la revolución interna (republicanismo), o bien, de la desmembración de los grandes imperios. Hay quienes distinguen, por ello, tres formas distintas de generación de estados-naciones según la región geográfica:
a) El proceso dado en la
periferia atlántica a través de monarquías o regímenes centralizadores pero -a
su manera- reformadores (Inglaterra y Francia);
(b) Lo acaecido en
Europa central, fruto de la unidad lingüística y cultural (Italia y Alemania);
y
(c) Los movimientos de
segregación producidos al interior de los imperios considerados como “cárceles
de naciones” (Habsburgo, Otomano y Romanov). En cualquiera de sus formas o
lugares, la constitución, consolidación y expansión del Estado-nación dio lugar
al nacionalismo, fenómeno que coincidió con la declinación de la religión como
fuerza social motora, en el sentido de que fue una reacción del humanismo
individualista al universalismo teocéntrico.
Para fines de la primera mitad del siglo XIX, se
había consolidado en forma paralela en Europa el poder de la burguesía. A pesar
de que el Congreso de Viena (1814-1815) había promovido la Restauración y, con
ello, constituía una suerte de agente del Antiguo Régimen, la verdad es que
dicha situación se vio superada con bastante rapidez. Si bien se reinstauraron
algunas monarquías, al amparo de las revoluciones (1830 y 1848) se
generalizaron las reivindicaciones a favor del sufragio universal y la justicia
social, a la vez que se fue afirmando un liberalismo burgués enfocado a la
obtención de mayores libertades individuales, a la separación de los poderes
del estado (elección popular y fortalecimiento de los parlamentos) y a la
libertad comercial (la doctrina del laissez faire, laissez passer).
Por ello, entre 1815 y 1848, se dio lo que podríamos llamar el “nacionalismo
romántico”, movimiento amplio que abarca tanto las artes (literatura y música)
como la política y que desemboca en la revolución y en la caída definitiva de
la monarquía (en Francia). Ese nacionalismo romántico y burgués era esencialmente
individualista y una reacción contra los absolutismos y las jerarquías
reinantes tanto sociales como políticas. Se asociaba, pues, a un concepto de
modernización: secularización, urbanización, liberalismo y el imperio general
de la ciencia sobre la religión.
Después de las revoluciones, concretamente entre
1848 y 1871, el movimiento es cooptado por una suerte de “nacionalismo
realista” y conservador, que en lo práctico se tradujo en las unificaciones de
Italia y Alemania. Más que un proceso individualista en las artes y la
política, se produce una exaltación del colectivo nacional y de la comunidad
como tal, donde el estado adquiere un valor por encima de sus propios
ciudadanos. En otras palabras, la concepción moderna del Estado-nación moderno
se fue estructurando sobre la base de dos vertientes principales: “la primera,
surgida con la Revolución francesa, proclama que es una unión de ciudadanos
libres e iguales, con voluntad de vivir juntos; la segunda, procedente de la
tradición romántica alemana, orgullosa de su pasado, su identidad y su
carácter, afirma que es un conjunto de territorios con una misma cultura, que
va más allá del individuo concreto”.
Ahora bien, desde un punto de vista metodológico,
se puede afirmar que las naciones calificaban como estados cuando cumplían tres
requisitos básicos copulativos:
(1) Una población asociada a través de valores
comunes (nación);
(2) Un pueblo nacional políticamente organizado
para actuar en forma conjunta (gobierno); y
(3) Una nación debidamente organizada y gobernada
debe habitar un territorio reconocido como tal por los demás estados.
El nacionalismo vendría a ser, por lo tanto, el
movimiento que agrupa la institucionalización de esos sentimientos y valores
nacionales por encima de meros intereses étnicos, derechos y tradiciones de
soberanos, y de ideologías. En otras palabras, es la creencia de que cada
nación tiene tanto el derecho como el deber de constituirse en un estado.
En consecuencia, el nacionalismo irrumpió con los
cambios operados por la Revolución francesa difundidos en Europa por las
guerras napoleónicas. Estaba asociado con la soberanía popular y ésta con la
nación. Además, los franceses revolucionarios tenían por patriotas a quienes
demostraban el amor a su país a través de la reforma. Cuando el imperio francés
exportó sus ideales libertarios, incentivó los sentimientos nacionalistas en el
resto del continente, en cuyo caso se trataba de una reacción contra la
dominación francesa. Al decir de un autor, “el éxito del pensamiento romántico
permitió que el nacionalismo se convirtiese en el movimiento de las vanguardias
de su época, con una difusión y vitalidad que ninguna otra ideología había
conseguido hasta ese momento”. En un primer momento, fruto del Congreso de
Viena y su proceso de restauración, las revoluciones liberales de 1820, 1830 y
1848 fracasaron en parte frustrando los deseos de muchos europeos de poner fin
al Antiguo Régimen para recomponer Europa sobre la base del principio de las
nacionalidades. Pero, lentamente, los regímenes liberales se fueron imponiendo
y, con ellos, se extendió el nacionalismo.
La ulterior etapa del nacionalismo en Europa se
presentará en el curso de la segunda mitad del siglo XIX bajo dos formas
diferentes: una, de inspiración romántica, liberal y democrática (italiana) y,
la otra, conservadora y autoritaria (alemana). Ambas corrientes eran procesos
dirigidos por una burguesía que procuraba un mercado nacional unificado y por
una clase política ambiciosa que cuestionaba el estatuto territorial europeo,
ya sea para la disociación o unificación de estados. Más tarde el fenómeno
adquiriría otras dos orientaciones diferentes: si durante el siglo XIX la
construcción de varias naciones europeas se consideró parte esencial de la
evolución histórica, al combinar el concepto moderno de Estado-nación con la
estructuración de una economía nacional (movimientos de unificación), en el
siglo XX se dieron fundamentalmente movimientos pro liberación e independencia
como agentes principales para la eliminación de una administración imperial
(principio de la autodeterminación). En ambos casos, se daba la misma dicotomía
entre la tendencia a unir poblaciones dispersas versus la tendencia al
separatismo de minorías.
En lo que respecta al nacionalismo propiamente
europeo, es cierto que después de Napoleón el fenómeno amainó como consecuencia
de la Restauración, la que sofocó en 1815 los anhelos de independencia nacional
de muchos pueblos. Sin embargo, los patriotas italianos seguían luchando contra
el despotismo austriaco y los polacos contra la dominación autocrática rusa.
Los belgas aspiraban a su separación de Holanda, porque a los católicos
flamencos les molestaba estar subordinados a un gobierno protestante (la Casa
de Orange) y a los valones liberales el régimen demasiado autoritario de los
holandeses. Por su parte, los Balcanes eran un verdadero hervidero de etnias,
culturas y religiones, que intentaban desprenderse del imperio otomano.
Características
del nacionalismo. Se puede remontar el origen del nacionalismo a
los siglos bajomedievales como una reacción al feudalismo, reafirmándose en el
siglo XVIII con la Revolución Francesa, como un concepto que tiende a exaltar
la nación como entidad soberana, frente al monarca absoluto. Su desarrollo en
el siglo XIX se explica por la confluencia de varios factores: El nacionalismo
se había despertado por inspiración de una de las principales ideas de la
Revolución Francesa: todos los pueblos tienen derecho a disponer de sí mismos.
Las tropas de Napoleón sirvieron de vehículo propagador de estas ideas; pero, a
la vez, las invasiones napoleónicas desataron una reacción nacionalista contra
el Imperio de Napoleón. La arbitraria división del mapa de Europa y la
imposición de soberanos absolutos por el Congreso de Viena provocaron que el
sentimiento nacionalista cobrase fuerza. El Romanticismo también tuvo un papel
clave, ya que rescata las leyendas medievales, buscando en la tradición el
espíritu de la nación y glorificando la supuesta libertad de otras épocas,
ahora perdida. Despertó el interés por el pasado histórico: el folklore, la
épica y las costumbres antiguas se analizaron y divulgaron.
París fue uno de los centros
del nacionalismo al convertirse en receptora de exiliados. Pero fueron las
universidades alemanas donde se realizaron las formulaciones teóricas más
completas y donde surgieron importantes teóricos, como Herder y Fitche. El
primero fue el iniciador de la idea de “Volkstum”, nación-pueblo, grupo
histórico, frente al Estado que puede ser una creación artificial. El segundo
instó a la resistencia contra Napoleón en sus Discursos a la nación alemana.
Europa se convierte en un fervor nacionalista difícilmente conjugable con el
caos que el congreso de Viena había introducido en el mapa de las
nacionalidades. Así las sociedades secretas de los años 20 (la Joven
Alemania y la Joven Italia) también
propulsaron los sentimientos nacionales. En la Europa de la primera mitad del
siglo XIX nos encontramos con la siguiente situación: Dos nacionalidades divididas:
Alemania e Italia. Nueve nacionalidades sometidas a otras: Irlanda a Gran
Bretaña, Noruega a Suecia, Bélgica a Holanda, los ducados alemanes de Schlewig
y Holstein a Dinamarca, y Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia a
Rusia.
Dos Estados multinacionales:
El Imperio Austro-Húngaro, donde convivían alemanes, húngaros, checos, polacos,
eslovacos, eslovenos, croatas, serbios, rumanos e italianos. El Imperio turco,
bajo el cual se encontraban turcos, griegos, búlgaros, serbios, albaneses y
rumanos. De éstos, el primero es un nacionalismo aglutinador, mientras que los
otros dos representan un nacionalismo disgregador. Aunque los movimientos
nacionalistas estallaron fuertemente y con violencia en la primera mitad del
siglo XIX, no comenzaron a tener éxito hasta después de 1850, principalmente
con las unificaciones italiana (1861) y alemana (1871). Si bien en su origen, estos primeros
movimientos nacionalistas surgieron vinculados al liberalismo, ya que al igual
que éste propugnaban las libertades de los ciudadanos y de los pueblos. El
nacionalismo es un movimiento liberal en Europa hasta el proceso revolucionario
de 1848, para convertirse durante la segunda mitad del siglo XIX en conservador
y una de las ideologías básicas en la expansión imperialista.
El imperialismo europeo.
La industrialización y el enorme desarrollo tecnológico de Europa,
especialmente en la época de la Segunda Revolución Industrial, provocaron la
separación del mundo en dos grandes grupos: los países industrializados y los
no industrializados. Los primeros terminaron por imponerse sobre los segundos,
que quedaron bajo su dependencia directa o indirecta. La Europa industrial,
gracias a su vitalidad demográfica, su superioridad industrial, técnica,
comercial y financiera impuso su modelo económico, sus valores, ideales y su
cultura a gran parte del mundo.
El imperialismo se puede definir como el sistema en el que la política,
la economía y la cultura de una parte del mundo se organizan en función del
dominio de unos países sobre otros. El imperialismo que surge en el siglo XIX
fue la culminación del colonialismo iniciado en los siglos XV y XVI. Pero ambas
formas de dominación colonial fueron muy distintas. Los viejos imperios
coloniales estuvieron ubicados principalmente en América, mientras que los
nuevos imperios coloniales se centraron en Asia y África. Las antiguas colonias
habían sido de asentamiento y los emigrantes habían creado sociedades que
pretendían ser similares a las
europeas, frente a las nuevas colonias que fueron, sobre todo, territorios de
ocupación, donde una minoría europea no se mezclaba con la autóctona y ejercía
el control político y económico. Por otro lado, si el ritmo de ocupación había
sido lento y limitado en el pasado, en el siglo XIX la rapidez fue la tónica
general. Por último, las posesiones coloniales de la época moderna dieron lugar
a escasos conflictos en comparación con los desarrollados con el imperialismo
del siglo XIX, con guerras constantes, ya que la expansión colonial se había
convertido en un objetivo fundamental de la economía y la política de los
países industrializados.
Factores.
Desde el punto
de vista económico, el desarrollo del imperialismo se vincularía a las
necesidades de las industrias de los países europeos desarrollados. La
industria llegó a tal grado de crecimiento que se hizo necesaria la búsqueda de
nuevos mercados para sus productos, de materias primas abundantes y baratas,
así como de nuevos espacios económicos donde poder invertir el capital
excedente y hallar más beneficios, donde, además la mano de obra era abundante
y, por lo tanto, barata. Esas condiciones se encontraban en los territorios más
atrasados, sin medios técnicos y más débiles de otros continentes,
especialmente de Asia y África. Tenemos que tener en cuenta que la crisis de
1873 provocó que los países industrializados desarrollaran políticas
proteccionistas, por lo que se hizo indispensable buscar esos nuevos mercados,
más materias primas y lugares donde invertir y encontrar rentabilidad.
Actualmente, se está matizando esta teoría clásica económica en relación con el
imperialismo. Hay estudios que consideran que la mayor parte de las inversiones
extranjeras de los países desarrollados no se encaminaron hacia los nuevos
territorios sino hacia otros países industrializados o en vías de serlo, como los
Estados Unidos. Además, siempre según esta nueva teoría, la mayor parte del
comercio exterior, tanto de productos industriales como agrarios, siguió siendo
entre los países industrializados. Por fin, se en duda la rentabilidad
económica de algunos imperios, como el británico, el principal de todos ellos.
Se habría comprobado como los costes para mantenerlo –administración, ejército,
etc.- no justificaban los beneficios obtenidos. Además, el imperialismo no
benefició a toda la población ni a todos los sectores económicos británicos por
igual. Los principales beneficiarios fueron los sectores económicos que
invirtieron en empresas coloniales mientras su contribución a los costes de la
administración colonial fue muy reducida. Las clases medias fueron las que
contribuyeron a este coste con sus impuestos, y obtuvieron muy pocos beneficios
o ninguno de la expansión imperial de su país.
El enorme
crecimiento natural de la población europea durante el siglo XIX generó un
importante flujo migratorio. La posibilidad de contar con territorios
coloniales donde poder asentar los excedentes demográficos contribuyó a la
expansión imperialista. Bien es cierto que la mayor parte de la población
europea se encaminó hacia los países americanos, pero buena parte de la opinión
pública de los países industrializados europeos valoraba la conquista de
territorios para poder asentar esos excedentes demográficos.
La expansión
imperial de las potencias europeas tiene mucho que ver con el deseo de aumentar
sus respectivos poderes políticos a escala internacional. Los países europeos
se apresuraron a controlar militarmente, además de económicamente, territorios,
rutas terrestres y marítimas, a obstaculizar la expansión de sus competidores y
a aumentar su influencia en el contexto diplomático. Los gobiernos europeos
consideraban sus imperios como un factor estratégico.
En el siglo XIX
se vivió una verdadera fiebre descubridora, un enorme interés por explorar
todos los rincones del planeta, especialmente las zonas desconocidas hasta ese
momento. Se constituyeron importantes sociedades científicas y geográficas para
adentrarse en Asia y en África. Estas exploraciones abrieron nuevas rutas,
permitieron conocer casi todos los territorios y a muchos pueblos que no habían
tenido contacto con los europeos. Los conocimientos adquiridos fueron
utilizados para colonizar estas áreas. Livingstone, Stanley o De Brazza fueron
destacados exploradores.
El imperialismo
no puede ser entendido sin conocer las concepciones racistas sobre la
superioridad de la raza blanca de la época. Esta mentalidad vino acompañada por
la exaltación nacionalista de las potencias europeas. Los estados afirmaban su
superioridad y defendían su deber de difundir sus valores, su cultura, su
idioma, la religión y la civilización occidental por todo el mundo.
Por fin, no se
puede negar la concepción paternalista del colonialismo. El hombre blanco
tendría la supuesta responsabilidad de civilizar a los pueblos considerados
como inferiores. Las grandes confesiones cristianas –católica, anglicana y
protestante- defendieron la actividad misionera. Justificaron el colonialismo
por la necesidad de evangelizar a los considerados pueblos primitivos.
La
ocupación de Asia
En el siglo XIX,
las principales potencias colonialistas europeas occidentales, especialmente,
Gran Bretaña y Francia, así como Rusia, Estados Unidos y Japón, intervinieron
activamente en el continente asiático.
Gran Bretaña se
concentró en la India, la “joya de la Corona”. En el siglo XVIII, la Compañía
Inglesa de las Indias poseía o controlaba los puertos de Madrás, Calcuta y
Bombay. Tras las revueltas de los cipayos –soldados indígenas del ejército
británico- de 1857, el gobierno británico asumió directamente el control de la
India, estableciendo una administración gobernada por un virrey. La India fue
el más acabado ejemplo del imperialismo británico. La reina Victoria fue
proclamada emperatriz de la India en 1877. Para garantizar una zona de
seguridad alrededor de la colonia, los británicos se enfrentaron a los
franceses para controlar Birmania (1886).
Francia, por su
parte, se centró en Indochina. En primer lugar, los franceses comenzaron a
adueñarse de la Conchinchina desde finales de la década de los años cincuenta.
Entre 1860 y 1880 se anexionaron toda la región del Mekong y establecieron un
protectorado sobre Camboya. Después de vencer a los chinos, Francia implantó
sendos protectorados sobre Annam y Tonquín. Todos estos territorios
conformaron, a partir de 1887, la Unión Indochina, a la que se unió, en 1893,
el reino de Laos. Aunque esta zona fue de presencia eminentemente francesa, los
británicos ocuparon Birmania, los Estados Malayos y Singapur. Para asegurar la
paz, las dos potencias europeas decidieron mantener libre y neutral el Estado
de Siam, que funcionaría como una especie de frontera entre los dos imperios
coloniales.
Los holandeses,
por su parte, establecieron un imperio colonial en Indonesia.
El imperio ruso
aceleró, durante el siglo XIX, su tradicional expansión hacia Siberia. En la
segunda mitad del siglo más de cinco millones de rusos emigraron a las nuevas
tierras siberianas. Uno de los motores de la expansión por Siberia fue la
construcción del famoso ferrocarril transiberiano. Los rusos intentaron,
además, expandirse hacia el sur. Por esta zona llegaron hasta los límites de la
India, generando un largo litigio con los británicos por el control de Persia y
Afganistán, así como por el Tíbet. La otra gran rivalidad colonial de los rusos
fue con los japoneses. En 1904-1905 se produjo la guerra ruso-japonesa, en la
que el gigante ruso fue vencido por un Japón en plena expansión imperial en el
continente.
La intervención
en China se convirtió en un asunto conflictivo durante el siglo XIX. El país no
fue ocupado por ninguna potencia, aunque algunos países europeos consiguieron
establecer algunos enclaves comerciales. Los británicos deseaban equilibrar sus
compras de té y seda chinos con la venta de opio que traían de la India. El
gobierno chino prohibió en el año 1839 la entrada de opio, pero los ingleses
decidieron seguir vendiéndolo. Este hecho desembocó en las guerras del opio,
que finalizaron con el Tratado de Nanking de 1842. Este tratado proporcionó a
la Gran Bretaña el enclave de Hong Kong y la apertura de doce puertos al
comercio. Pero este tratado tuvo otra consecuencia: la demostración de la
debilidad del Imperio chino ante Occidente. En el último tercio del siglo XIX y
primeros años del XX se produjo un verdadero acoso occidental y japonés sobre
China. Francia consiguió una zona de influencia en el sur. En el nordeste, en
la región de Manchuria entraron rusos y japoneses. Los alemanes y británicos se
situaron en la península de Shandong. Éstos últimos también controlaron zonas
en el sudeste y en el Yangtsé. Los británicos deseaban controlar la economía
china, especialmente la explotación de las minas, los ferrocarriles y el
comercio. Todas estas injerencias provocaron reacciones de signo nacionalista,
destacando la protagonizada por reformadores radicales en el levantamiento de
los Cien Días (1898) y la revuelta popular de los boxers (1900-1901), duramente
reprimidas. Pero la situación de China desembocó en 1911 en una revolución que
terminó con el imperio e instauró una república. Las nuevas autoridades
buscaron liberar a China de las injerencias extranjeras, además de reconstruir
el país.
En Oceanía hay
que destacar el poderío británico, ya que controlaban los dos territorios más
importantes: Australia y Nueva Zelanda, colonias de poblamiento, que terminaron
por alcanzar un alto grado de autonomía dentro del imperio.
El
reparto de África
El continente
africano, escasamente poblado, fue ocupado y repartido entre las potencias
europeas. A principios del siglo XIX, los europeos solamente poseían factorías
costeras o pequeñas colonias. Pero en la segunda mitad del siglo, exploradores
y misioneros recorrieron África, aprovechando el curso de los grandes ríos:
Níger, Nilo, Congo, Zambeze y por el Sahara.
A partir de
1870, las expediciones se multiplicaron y las potencias europeas se lanzaron a
una verdadera carrera de conquista y colonización de territorios. Los
británicos deseaban establecer un imperio de norte a sur, vertebrado por el
ferrocarril El Cairo-El Cabo, dominando, a su vez, la fachada oriental del
continente con vistas a controlar el Océano Índico. Gran Bretaña obtuvo
territorios muy ricos en minerales (oro y diamantes), así como de gran valor
estratégico, como el Canal de Suez, por el que controlaban el paso entre el
Mediterráneo y el Mar Rojo hacia el Océano Índico.
Por su parte,
los franceses pretendían levantar un imperio de este a oeste del continente
africano. Comenzaron por dominar Argelia y desde allí fueron dominando gran
parte del norte de África (Marruecos y Túnez), la costa occidental del
continente y se extendieron hacia Sudán, punto de fricción con los británicos,
ya que era la zona de choque con la línea norte-sur británica.
El rey de los
belgas -Leopoldo II- encargó la exploración de la zona del Congo para levantar
un imperio propio. Los alemanes se establecieron en África central. Así pues,
muy pronto comenzaron a entrar en colisión los intereses de las grandes
potencias. Ante esta situación, en el año 1885 Bismarck convocó una conferencia
internacional en Berlín. En la Conferencia se tomaron una serie de decisiones
sobre la colonización de África: garantía de libre navegación por los ríos
Níger y Congo, establecimiento de unos principios para ocupar los territorios
por parte de las metrópolis, como eran el dominio efectivo y la notificación
diplomática al resto de las potencias del establecimiento de una nueva colonia.
Pero la Conferencia no terminó con los enfrentamientos entre las potencias
coloniales.
Posteriormente,
los alemanes se establecieron en Togo, Camerún, África suroccidental y
Tanganica, mientras que los portugueses se hacían con Angola, Mozambique y
Guinea-Bissau. Italia estableció su imperio en Libia y Somalia. Por fin, España
se estableció en lo que luego fue Guinea Ecuatorial y en el Sahara Occidental
(Río de Oro). También, estableció un protectorado en la zona del Rif marroquí.
En el sur de
África, dos pequeñas repúblicas vecinas –Transvaal y Orange- estaban en manos
de los holandeses nacidos en el continente africano y conocidos como bóeres,
después de haberse marchado de la zona de El Cabo, huyendo de la expansión
británica en la zona. Pero la noticia del descubrimiento de importantes minas
en Transvaal motivó a los ingleses para invadir los territorios de los bóers,
provocando el estallido de una guerra, que duró tres años, con un alto coste en
vidas humanas. Al final, esos territorios fueron anexionados al Imperio
británico.
La
administración colonial
Las metrópolis
establecieron sistemas de gobierno y administración en los territorios
coloniales. Dependiendo del tipo de poblamiento se pueden definir dos tipos de
colonias. En principio, estarían las denominadas colonias de explotación, con
poca población emigrada de las metrópolis. Lo que se buscaba era la explotación
sistemática de sus recursos. Casi todas las colonias africanas y asiáticas eran
de este tipo. En segundo lugar, estarían las denominadas colonias de
poblamiento. Estas colonias contaban con un fuerte contingente de población
europea emigrada, que se impuso a la escasa población indígena. Estas colonias
terminaron por contar con un alto grado de autonomía y fueron las primeras que
se independizaron. Los ejemplos más destacados fueron: Canadá, Australia y
Nueva Zelanda, dentro del imperio británico.
En función del
gobierno impuesto por las metrópolis, tendríamos, las colonias propiamente
dichas, es de decir, sin gobierno propio y dependientes directamente de la
administración de la metrópoli. La autoridad era ejercida, generalmente por un
gobernador o virrey, junto con una administración de funcionarios coloniales.
Las colonias eran los territorios que estaban más sometidos a los intereses
económicos de las metrópolis. La India británica o la Indochina francesa son
dos ejemplos, entre los muchos que se pueden aducir. Otro caso sería el de los
protectorados. En estos territorios había un gobierno propio indígena pero la
administración colonial supervisaba su acción y ejercía las funciones de
defensa y política exterior. Era una fórmula que se estableció en lugares que
con anterioridad habían sido estados independientes, como en los casos de
Egipto o de Marruecos. Los dominios eran territorios con escasa población
indígena, en los que la población blanca dispuso un gobierno y sistema
parlamentario propio, aunque dependiente de la metrópoli. Fue la fórmula de
casi todas las colonias de poblamiento: Australia, Canadá o Nueva Zelanda. Los
mandatos nacieron después de la Primera Guerra Mundial como una fórmula para
administrar los territorios dependientes de las potencias perdedoras en el
conflicto. La mayor parte de los mandatos fueron ejercidos por Gran Bretaña y
Francia, en representación de la Sociedad de Naciones, destacando los
establecidos en Próximo Oriente. Por fin, las concesiones eran territorios
cedidos o arrendados por estados independientes a las potencias coloniales por
un tiempo determinado. Solían ser enclaves muy codiciados por su interés
estratégico o comercial, como el caso de Hong Kong, concesión china a Gran
Bretaña durante cien años, o porque tenían materias primas y recursos valiosos,
en cuyo caso la concesión se solía circunscribir a la explotación de los
mismos.
Consecuencias
del imperialismo sobre los pueblos colonizados
El colonialismo provocó
un profundo impacto en la vida de los pueblos colonizados en todos los
aspectos. En lo económico, la situación empeoró para la mayoría de la
población, a excepción de las élites locales. Se produjo un proceso de
expropiación de las tierras indígenas, que pasaron a manos de los colonizadores
o sus empresas. En la agricultura se abandonaron los cultivos y formas de
cultivar tradicionales, vinculados a la subsistencia familiar, y se
establecieron plantaciones, implantando monocultivos extensivos para la
producción de productos que cubriesen las necesidades de las metrópolis. Como
ejemplos, se pueden citar los siguientes: caucho en Indochina, cacao en Nigeria
o café en Tanganica. Por otro, lado se potenciaron las explotaciones de
recursos minerales y energéticos a favor de las metrópolis. La imbricación de
las colonias en la economía mundial potenció el empleo del papel moneda, por lo
que la economía monetaria se yuxtapuso a la de subsistencia anterior. Las
potencias coloniales construyeron nuevas infraestructuras: puertos, carreteras
y ferrocarriles, que quedaron cuando las colonias se independizaron, pero que
se hicieron para beneficio de la explotación económica colonial y no para
atender a las necesidades de las poblaciones indígenas.
En el ámbito
demográfico hubo aspectos positivos y negativos. En lo positivo, fueron
indudables los beneficios producidos por la introducción de la medicina
moderna, por las mejoras higiénicas y la construcción de hospitales. La
mortalidad en muchas colonias disminuyó y aumentó la población, ya que la
natalidad continuó siendo alta. Pero, también es cierto, que en algunos lugares
la intensidad de la explotación de la población indígena provocó una clara
disminución demográfica, siendo el caso del Congo el más significativo. Por
otro lado, donde la población indígena era más débil se redujo aún más, como en
Oceanía. Pero, además en el caso de los aumentos de la población, gracias a la
disminución de la mortalidad, se rompió el equilibrio entre la población y los
recursos, comenzando a producirse problemas de abastecimiento y de
subalimentación crónica.
La estructura de
las sociedades indígenas cambió con el colonialismo. Los nuevos ritmos de
trabajo desorganizaron la vida tribal o indígena, así como las jerarquías
previas. Además, muchos grupos étnicos fueron divididos o unidos a otros de
forma artificial y, de ese modo se rompieron etnias y se forzaron convivencias
de grupos enfrentados. Por último, las administraciones coloniales utilizaron a
determinados grupos indígenas para reclutar a sus ejércitos o para parte de la
estructura administrativa, generando diferencias y favoreciendo a unos sobre
otros a cambio de su fidelidad.
Los repartos
coloniales tuvieron graves consecuencias cuando se produjeron los procesos
descolonizadores. En el caso de África, las fronteras establecidas por las
metrópolis no respetaron las etnias y cuando las colonias se independizaron
estallaron odios tribales y guerras crueles. Las costumbres, las religiones,
las tradiciones y formas de entender el mundo y la vida de los pueblos
indígenas sufrieron el fuerte impacto de los valores, ideas y religiones
occidentales. Se produjo una fuerte crisis de identidad de estos pueblos. En el
caso de los pueblos de la zona subsahariana, el impacto fue mayor que en Asia
donde estaban muy asentadas culturas de tradición milenaria, como la hindú o la
china, entre otras.
La
crítica al imperialismo
En las
metrópolis no hubo unanimidad en la defensa del colonialismo. Algunos
políticos, intelectuales, religiosos y grupos de opinión se opusieron a la
dominación colonial. En Francia hubo un intenso debate, al respecto. Políticos
como el radical Clemenceau o el socialista Jaurès se opusieron al colonialismo.
La II Internacional Socialista condenó el imperialismo como una forma de
explotación capitalista, aunque hubo socialistas que valoraron, en cierta
medida, algunos aspectos positivos del imperialismo, tanto en relación a las
poblaciones indígenas, como hacia los obreros europeos. Por su parte, Lenin
hizo una interpretación fundamental sobre el imperialismo, como estadio supremo
del capitalismo. El capitalismo habría pasado de su forma industrial a la
financiera, por lo que a la lucha de clases se había añadido la lucha política
entre los estados por los mercados, las materias primas, las colonias, etc. El
desarrollo de esta teoría permitiría a Lenin defender la revolución en Rusia,
ya que el proletariado occidental se habría enriquecido y ya no era la base
revolucionaria que había explicado Marx en la fase anterior del capitalismo.
Ahora era el turno del proletariado de países más atrasados.
Presencia europea en África.
En
la primera mitad del siglo XIX misioneros y exploradores acumularon información
geográfica, etnográfica, lingüística e histórica del continente africano. Tal
información y la imagen que estos individuos trazaron de África de mercaderes y
conquistadores europeos y, por otra, a profundizar los prejuicios raciales
arraigados por los europeos.
Los misioneros.
Con
los portugueses en el siglo XV, se inició la presencia de misioneros cristianos
en las regiones costeras de África. Sin embargo para comienzos del siglo XIX y
en la medida que la exploración del continente avanzaba, la presencia de
misioneros se intensificó y se dirigió hacia su interior.
El
interés fundamental de los misioneros era promover la religión y la
civilización cristiana y servir como agentes del colonialismo europeo, ya que
consideraban que el éxito de su misión dependía de la seguridad y protección
que la potencia le brindaba la potencia imperialista de la cual dependían. Los
misioneros actuaban convencidos de su
papel civilizador sobre las diversas tribus a las que pretendían llevar el
mensaje de la “religión verdadera”. Con su acción contribuyeron a la desarticulación
cultural de los pueblos africanos y a la imposición de una cosmovisión
eurocéntrica.
Los
exploradores se preocuparon por conocer el curso del rio Níger. En 1830 los
hermanos Richard y John Lander exploraron la ruta del Níger por encargo del
gobierno británico, aprovechando el conocimiento acumulado por anteriores
exploradores. Otro explorador fue Henry Morton Stanley periodista
estadounidense que exploró los cauces de los ríos Nilo y Congo.
La
labor de los exploradores y los informes que presentaron en congresos
geográficos y conferencias, generaron una gran expectativa acerca de las
riquezas naturales del continente africano y de las posibilidades económicas
para los empresarios e inversionistas.
Evolución del proceso.
En un comienzo la acción de los europeos se limitó a compañías comerciales
privadas que actuaban sobre puntos estratégicos, en las costas y en el curso de
los ríos más importantes, para asegurarse de las rutas comerciales y de
navegación. Su presencia estaba limitada a las zonas costeras, con excepción
del norte del continente, donde Francia y Gran Bretaña ejercían control sobre
Argelia, Túnez y Egipto.
En 1880 Francia ocupaba la zona costera de Senegal, Gabón y Argelia.
Inglaterra tenía sus posesiones sobre Sierra Leona, Ghana y Sudáfrica. Portugal
controlaba Angola y Mozambique. Sin embargo hacia 1914, toda África con
excepción de Etiopía y Liberia, estaba dividida en colonias y sometida a las
potencias europeas. El control político de África por parte de Europa se vio
estimulado por tres acontecimientos:
1. El interés expansionista de Leopoldo I de Bélgica,
que se manifestó con la Conferencia Geográfica de Bruselas en 1876. El
resultado fue la organización de la Asociación Africana Internacional, que
tenía como objetivo promover la penetración europea en África y la contratación
de Henry Morton Stanley para explorar el Congo, reconocido por todas las
naciones europeas.
2. El envío de una oleada de expediciones por parte
de Portugal, que pretendía extender sus dominios y contrarrestar el avance
belga.
3. El ambiente expansionista que imperaba en Francia,
que se expresó a través de Tunicia y Madagascar.
Conferencia de Berlín.
La anexión de Togo, Camerún y
África oriental por Alemania y el avance
de las demás potencias reflejaban hacia 1880, el interés en la
colonización del continente y la profundización de las contradicciones entre
los países europeos por el reparto de África. Ante esta situación, temiendo ser
expulsado del continente, Portugal propuso la realización de una conferencia
internacional para solucionar las disputas territoriales que se daban en África
central.
Después de sondear las
opiniones de las demás potencias, el canciller Otto Von Bismarck promovió y
presidió la celebración de la Conferencia de Berlín, la cual definió el reparto
de África entre las potencias europeas.
En la conferencia, los países
que tenían colonias en África por mucho tiempo como Portugal, reclamaban el
derecho a ocupar esos territorios. Alemania y Gran Bretaña, entre otros,
sostenían que el derecho de ocupación lo tenían aquellos países que estuvieran
en condiciones económicas de desarrollar tales colonias. Gran Bretaña aspiraba
a construir una línea férrea que atravesara el continente, desde el Cairo en
Egipto hasta el Cabo en Sudáfrica, a lo cual se oponían Francia y Alemania. Portugal
intentaba unir Angola y Mozambique mediante el dominio de los territorios que
separaban sus dos colonias y Francia deseaba establecer un enlace entre
Senegal, Gabón y Somalia, utilizando el Sahara y Sudán.
La conferencia reconoció el estado libre del
Congo, determinó la libertad de navegación de los ríos Congo y Níger,
estableció la libertad de comercio en áfrica central y avaló la doctrina de la
zona de influencia o derecho a que cada país que tuviera posesiones en las
costas, ampliara sus dominios tierra adentro. Esto significaba que la posesión
de la costa permitía también la posesión del interior hasta una distancia casi
ilimitada. Además, según el documento que firmaron los participantes, cualquier
nación europea que en el futuro tomara posesión de una costa africana debía
notificarlo a los firmantes del acta de Berlín para que sus pretensiones fueran
ratificadas.
¿Por
qué fue posible la conquista de África?
En términos generales la
conquista del territorio africano fue posible por las siguientes razones:
1.
Gracias a las actividades de los exploradores y misioneros europeos, hacia
1880. Europa estaba bien informada sobre África: su aspecto físico y economía,
en la fuerza y debilidad de los diferentes estados y naciones africanas.
2. Por
los cambios en la tecnología médica y en particular al descubrimiento de la
quina, cura contra la malaria, pues así los europeos tenían menos miedo de
África, que el que tenían en siglos anteriores.
3. Los
recursos financieros y materiales de que disponía Europea eran abrumadores en
comparación con los africanos. Por lo tanto, los países europeos se podían dar
el lujo de hacer millonarias inversiones en campañas en ultramar; los
africanos, por su parte, no podían mantener prolongados enfrentamientos militares.
Tratados
y reparto de África.
Al finalizar la década de
1880, Europa vivía un periodo de equilibrio, de tal manera que los países
europeos pudieron concentrar sus esfuerzos en las actividades imperiales. En el
acta de Berlín los europeos habían establecido puestos comerciales en África,
tenían asentamientos misioneros ocupados en zonas estratégicas y habían
realizado tratados con los gobernantes africanos.
Después de la conferencia el
reparto y la división de África se realizaron, por una parte, entre africanos y
europeos y, por otra, entre los mismos europeos. Los primeros incluían tratados
comerciales, tráfico de esclavos, tratados políticos, mediante los cuales los
gobernantes africanos declaraban rendir su soberanía a cambio de protección y bajo
el compromiso de no realizar acuerdos con otras naciones europeas. Tras la
realización de estos tratados, era usual que los territorios africanos se
anexaran al país europeo o se declarara protectorados.
Las zonas de influencia
obtenidas por los países europeos eran impugnadas con frecuencia por otras
potencias; con el tiempo las contiendas por delimitación territorial fueron
dirimidas mediante acuerdos entre dos o más países que operaban en la misma
región. En dichas delimitaciones, rara vez se tenían en cuenta las fronteras
políticas tribales; por lo tanto diferentes pueblos quedaron divididos entre
dos o más territorios coloniales. Por ejemplo, los zande quedaron escindidos
entre el Congo Belga y el Sudán británico; los lunda entre Angola, el Congo y Rhodesia.
Desde entonces, esta situación ha sido fuente de conflictos y dificultades
políticas en el continente africano.
Colonialismo
en Asia y África.
Antecedentes
del colonialismo.
El siglo XIX continúo con el
colonialismo que se había iniciado a partir de los descubrimientos geográficos
de los siglos XV y XVI que llevaron a la ocupación europea de América, costas
africanas e islas del Pacífico sur. La relación colonial se manifestó en el
dominio económico, político, social y cultural que ejerció una metrópoli o
grupos sociales de comerciantes y financistas sobre poblaciones de los
territorios colonizados, con el fin de que abastecieran a ésta de recursos
minerales, productos agrícolas y mano de obra que requería para su
fortalecimiento.
Primera
etapa colonial del siglo XIX.
La colonización en este
periodo consistió en la presión que Inglaterra y, en menor medida Francia,
ejercieron sobre los territorios dominados, para que estos abrieran su comercio
a los productos y capitales de comerciantes
y compañías privadas metropolitanas a través de mecanismos como la reducción de
tarifas arancelarias y la solicitud de préstamos. Las empresas coloniales
controlaron los mercados de materias primas e hicieron préstamos a dichas
regiones, para que invirtieran en la producción de materias básicas y el
mejoramiento de la infraestructura destinada a la explotación de dichos
productos.
La
potencia dominante.
Inglaterra en esta etapa
recibió enormes ganancias por el
intercambio comercial y por concepto de intereses, debido a la concesión de
préstamos, por ejemplo sus exportaciones en la región mediterránea creció en un
800%.
El predominio ingles se dio
por que como potencia no conto con rivales de su talla, debido a que algunas
naciones europeas hasta ahora se estaban fortaleciendo en los procesos de
industrialización y crecimiento demográfico, que los ingleses ya habían
consolidado.
La
colonización comercial en Asia y en África.
Los territorios vinculados al
colonialismo británico fueron:
Puertos
de escala: Región mediterránea-Malta, Corfú, Islas Jónicas; Región de
la India- Gibraltar, el Cabo, Isla Mauricio, Adén, Ceilán; Ruta a
China-Singapur y Hong Kong. Estas zonas fueron arrebatadas en su mayoría a
españoles.
Factorías
comerciales: en la costa africana Sierra Leona y Ghana.
Dominios:
colonias de poblamiento blanco en Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia.
Colonia
de explotación: India.
Estos territorios pasaron de
ser mercancías exóticas como seda, marfil, especias, a productores de materias
primas como algodón, té, ganado, lana, cueros y compradores de manufacturas
inglesas.
La mayor parte de habitantes
de estas regiones, con excepción de las colonias de poblamiento blanco, no
pudieron convertirse en consumidores de los productos europeos, mientras que
gobernantes y comerciantes, que eran minoritarios, se enriquecieron con los
intercambios europeos. En las regiones que no fueron dominios, no hubo
industrialización; sólo se consolidaron algunos puertos, donde se destacaron
las compañías de armadores de barcos o el empaque de productos para la
exportación, como el caso del té.
Otros territorios asiáticos y
africanos sobre los que se ejerció este colonialismo fueron:
Egipto y norte de África:
influida por Francia desde los tiempos de Napoleón y durante la primera mitad
del siglo XIX, llegaron los colonos italianos especialmente a Argelia y
Marruecos.
Alaska, Samarkanda y Bukhar:
ocupadas por Rusia.
Mozambique, Angola, Sao Tomé y
Príncipe, controladas por los portugueses, mientras que el rio Muni y Fernando
Poo pertenecían a España.
Puertos del oriente: abiertos
al comercio internacional bajo la tutela de estados Unidos; Manila en 1837 y
Tokio en 1853.
Segunda
etapa colonial del siglo XIX: el imperialismo (1870-1914).
En la fase del colonialismo
comercial, la población europea pasó de 190 millones de personas en 1815, a 300
millones en 1870; este crecimiento se dio debido a la expansión de la economía
capitalista en países como Alemania, Italia, Bélgica y las tradicionales
potencias coloniales: Holanda, Inglaterra y Francia.
El crecimiento capitalista
europeo sufrió una crisis hacia 1873, ocasionada por la inmensa producción de
riqueza representada en capitales, mercancías, sobreoferta de mano de obra, que
no pudo ser aprovechada al interior de las diferentes naciones porque no aumento
la capacidad de consumo de la población, debido a los bajos salarios y a las
malas condiciones de vida industrial.
La política de los diferentes
gobiernos europeos se orientó a la exportación de capitales, inversiones y
excedente de población a las colonias, como estrategia para sostener el ritmo
de crecimiento y aumentar la producción nacional. A las colonias se les asignó
la tarea de suministrar materias primas que no poseían las metrópolis, fuentes
de energía baratas y convertirse en un lugar de producción con bajos costos y
altas ganancias.
Bibliografía
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