Grado Octavo.



TEXTOS GUIAS I.E SAGRADA FAMILIA, SEGUNDO PERIODO. AÑO LECTIVO 2022

AREA CIENCIAS SOCIALES Y COMPETENCIAS CIUDADANAS.

GRADOS OCTAVOS.

DOCENTE EIVAR STERLING SANDOVAL.

SEDE MARIA MONTESSORI.

 

Docente: Eivar Sterling Sandoval

Grados: Sede Central y María Montessori.

Año Lectivo: 2022

Período: segundo.

 

Derechos Básicos de aprendizaje:

 

(DBA3). Analiza los cambios sociales, económicos, políticos y culturales generados por el surgimiento y consolidación del capitalismo en Europa y las razones por las cuales este sigue siendo un sistema económico vigente.

 

(DBA4). Analiza los procesos de expansión territorial desarrollados por Europa durante el siglo XIX y las nuevas manifestaciones imperialistas observadas en las sociedades contemporáneas.

 

 

 

Estándar:

Identifico el potencial de diversos legados sociales, políticos, económicos y culturales como fuentes de identidad, promotores del desarrollo y fuentes de cooperación y conflicto.

 

Competencias a desarrollar

 

-Interpretación, análisis de perspectivas.

-Pensamiento reflexivo y sistemático.

-Pensamiento  social.

-Indagar

 

 

 

 

 

 

ANTIGUO REGIMEN E ILUSTRACION.

LA BURGUESIA.

La época que va desde los siglos V al X constituyó para Europa un período de guerras, invasiones y acomodamientos sociales, que consolidaron el orden feudal. En los siglos X y XI, se experimentó una relativa estabilidad al interior de la sociedad feudal, que sumada a la expansión agrícola, posibilitaron el renacimiento del comercio y la producción artesanal.

El renacimiento comercial produjo una nueva forma de riqueza, la riqueza mobiliaria, la cual originó la burguesía, un nuevo grupo formado por mercaderes y algunos siervos que escaparon del campo y de las expresiones feudales para organizar villas, reviviendo la vida urbana. Fue tal la importancia que adquirió la burguesía en Francia, participó en los Estados XIV, XV y XVI.

Para el siglo XVIII, la burguesía dominaba el comercio, la manufactura, participaba de la burocracia en los diferentes estados absolutistas y su dinero financiaba a la insolvente nobleza y monarquías europeas, de manera que entró a disputarle el poder, apoyándose en los sectores populares y en algunos aristócratas que no compartían la política de las monarquías absolutistas.

¿Qué es una revolución?  

La historia de la humanidad se ha caracterizado por las transformaciones en las formas de vida de las sociedades. El ritmo de estas transformaciones suelen ser bastante lento, pero algunas veces suele acelerarse y, en poco tiempo, se producen cambios de todo tipo, que dan lugar a una sociedad totalmente distinta; a estas alteraciones profundas y bruscas se conoce como revoluciones.

Entre 1.774 y 1.848, Estados Unidos y Europa Occidental vivieron innovaciones radicales en su economía e instituciones políticas, que acabaron con el Antiguo Régimen y dieron lugar a una sociedad distinta. La burguesía fue protagonista principal en este proceso, porque lideró diferentes cambios en la sociedad, con el fin de impulsar su desarrollo y eliminar las trabas en los siguientes aspectos:

En lo económico: la dificultad para vender y comprar las tierras, por el monopolio de la iglesia y la nobleza sobre estas propiedades; las abundantes aduanas internas que impedían la expansión de la industria y el comercio; y la organización cerrada de los gremios que frenaban la producción de diferentes artículos de consumo.

En el plano social, la gran disparidad entre los diversos grupos sociales organizados en estamentos casi fijos y no gozaban de igualdad ante la ley.

En el campo político; los estados absolutistas y las monarquías no reconocían la igualdad de las personas ante la ley, la representación política de los diferentes grupos sociales, la división de poderes  y la libertad de industria y comercio.

Las revoluciones burguesas.

Los diversos cambios que promovieron la burguesía y su ascenso al poder de los estados a finales del siglo XVIII y durante la primera mitad del siglo XIX, constituyen el proceso conocido como las revoluciones burguesas. Dichas revoluciones se sustentaron en la Ilustración y el liberalismo, ideas surgidas desde el siglo XVII, pero que en los siglos XVIII y XIX alcanzaron su maduración y concreción.

La Ilustración. 

Fue un movimiento intelectual que predominó durante el siglo XVIII en las sociedades europeas, defendido, entre otros, por pensadores como Montesquieu (consecución máxima de la libertad, a través de la separación de los tres poderes), Diderot (trabajo la relación entre los descubrimientos científicos y la especulación metafísica), Rousseau (criticó la opresión económica a la que era sometido el pueblo), D’alambert (clasificó las ciencias a través del método científico), Voltaire (promovió la exaltación de la libertad defendía la libertad religiosa y la libertad ideológica), quienes exaltaron que la razón y la ciencia serían los elementos a través de los cuales el ser humano alcanzaría la felicidad, y no mediante la fe religiosa como lo afirmaba la iglesia. La palabra ilustración significo luz y razón contra la oscuridad.

Como los filósofos ilustrados estaban convencidos de que el progreso de las ciudades dependía de la educación, la ciencia y la razón, crearon la enciclopedia, con el fin de recopilar los avances del pensamiento y plantearon algunos cambios al interior  de los estados absolutistas, pero sin tener en cuenta a las masas, porque consideraban que sólo las personas ilustradas estaban en capacidad de gobernar a las desposeídas y sin educación.

Pese a que buena parte de los filósofos ilustrados participó en las monarquías del Antiguo Régimen, sus ideas sobre la razón, los derechos naturales, la ciencia y el progreso, fueron utilizadas por la burguesía en las revoluciones burguesas.

El liberalismo.   

La ideología liberal buscaba el reconocimiento de los derechos naturales de las personas ante la ley, la libertad de comercio, de industria, la división de poderes, la representación en el gobierno de los diferentes sectores sociales, el ejercicio de las libertades personales, como el de prensa, palabra, reunión, asociación, validez de las constituciones escritas y las leyes para controlar el poder y evitar excesos de los gobiernos y los estados.

Al interior del liberalismo se distinguieron dos tipos:

El liberalismo político, que partió de la concepción de que la sociedad fue creada por un contrato hecho por todas las personas que la componen y no por Dios, de quien decían los nobles y monarcas que les había delegado el poder. Si la sociedad era producto de un contrato, entonces la sociedad tenía derecho a gobernarse por sí misma, a ejercer su soberanía y si bien podía llegar a aceptar el mandato de un rey, el poder de este debía estar controlado por ciudadanos y no por súbditos ni vasallos. De manera que los diferentes grupos sociales que conformaban la sociedad, la nobleza, la burguesía, el clero, el campesinado y los trabajadores de diferentes oficios, deberían tener las mismas oportunidades políticas y sociales, a través de la igualdad ante la ley y la representación ante el Estado.

El liberalismo económico, desarrollado especialmente por pensadores ingleses como Adam Smith, Robert Malthus y David Ricardo, concibió la libertad en todas sus formas como garantía de crecimiento económico. Si los individuos gozaban de libertad, era posible que pudieran trabajar en los oficios en los que se sintieran competentes, a cambio de un salario; los bienes se podrían comprar y vender sin restricciones, todos los individuos que estuvieran en capacidad de hacerlo podrían crear industrias y comerciar sin trabas de ningún tipo.

Todo lo anterior permitiría el desarrollo de la economía y el aumento de las ganancias; a su vez, la libertad de la mente abriría las posibilidades para la investigación y los descubrimientos científicos, lo que redundaría en el crecimiento económico. La visión del mundo que defendió la burguesía en su ascenso fue presentada a los diferentes grupos sociales del Antiguo Régimen, en especial a los pobres, como la ideología que satisfacía las expectativas y el interés general de todos los miembros de la sociedad.

No obstante, las revoluciones de finales del siglo XVIII y XIX fueron tan complejas, que en ellas mismas, los burgueses se vieron enfrentados a los grupos sociales, como la pequeña burguesía y los proletarios que estaban apareciendo, que los acusaban de ser responsables de consolidar un sistema social tan injusto como el del Antiguo Régimen. Las corrientes radicales se generalizaron en el siglo XIX, y se manifestaron a partir de las luchas de los sectores populares contra la burguesía.

Inglaterra: Crecimiento económico notable gracias al activo comercio con sus colonias y el paso de la producción artesanal tradicional a un sistema manufacturero, que generalizó las relaciones de trabajo asalariadas. La burguesía entre 1.640 y 1.660, pacto con la nobleza una monarquía parlamentaria, con representación compartida y sin participación popular.

Las trece colonias: A finales del siglo XVIII, los colonos de las trece colonias del este de Norteamérica liderados por los burgueses, se sublevaron contra las restricciones  económicas y políticas inglesas e instauraron un régimen que les permitió desarrollar sus negocios en diferentes lugares del mundo sin ningún obstáculo.

Francia: Tenía una economía débil por la proliferación de pequeños productores, tanto en el campo como en la ciudad, y la abundancia de restricciones aduaneras  impuestas por la nobleza que impedían la unificación del mercado. Políticamente el gobierno absolutista y centralizado daba participación a la burguesía. Francia acabó con el Antiguo Régimen, liderado por la pequeña burguesía, así como por los pobres de las ciudades. Además se convirtió en el modelo clásico de la revolución política  para Europa entre 1.789 y 1.848.

Europa Oriental y Central: Eran diferentes del resto de Europa, con una burguesía escasa y débil, con gran dispersión de reinos y altos tributos feudales sobre la numerosa población campesina, como sucedía en Austria, Prusia y Rusia. Las revoluciones en estas regiones sucedieron entre 1.815 y 1.848, bajo la influencia de la revolución francesa. La mayoría fracasó por la represión que desató la nobleza; sólo se consolidaron los procesos burgueses en Italia y Alemania tras su unificación, en la segunda mitad del siglo XIX.

Acontecimientos de 1.789 que desencadenaron la revolución francesa.

Las tensiones sociales existentes en Francia estallaron de manera radical, debido a una grave crisis económica que tuvo su punto culminante en 1.789, y ayudó a que el descontento de la población se generalizara por el déficit en la producción de alimentos, y el encarecimiento de los productos básicos. Las cosechas venían mal desde 1.785, la producción industrial y los salarios bajaron bruscamente mientras que el costo de vida subió en 1.789 entre el 100 y 200%.

La baja en la producción industrial se debió a la pérdida del poder adquisitivo, sobre todo de la población pobre. La víspera del 14 de julio de 1.789, el presupuesto de los sectores populares para comprar pan pasó del 58% al 88% lo que dejaba sólo el 12% para los demás gastos. La carestía generó desempleo, miseria, mendicidad, vagabundeo y desestimulo la producción de los diversos sectores de la economía.

Durante el siglo XVIII, hubo un gran crecimiento de las ciudades por efecto de la migración de campesinos hacia la ciudad y el aumento natural de la población. Esta situación dificultó aún más el abastecimiento de los alimentos y ayudó al alza de los precios, al provocar una mayor demanda de los alimentos.

La monarquía francesa enfrentaba grandes dificultades financieras, debido al apoyo que brindó a las colonias norteamericanas y a la guerra con Inglaterra, lo que dejó en mal estado el presupuesto; los impuestos indirectos no alcanzaban para cubrir los gastos, por lo que fue necesario gravar con impuestos directos a todos los propietarios sin excepción; a lo anterior se agregaba que la corte gastaba mucho dinero en lujos y fiestas y los gastos del estado francés eran mayores que sus ingresos.

La crisis financiera provocó a su vez, un enfrentamiento político entre la monarquía y la aristocracia, por lo que el ministro de finanzas Loménie de Brienne, reunió el 1° de mayo de 1.789 a los estados generales. Estos constituyeron tres órdenes con el mismo número de representantes y voto separado. Su objetivo era hacer unas nuevas reglas de juego para Francia, a través de una constitución.

La burguesía tomo la vocería del tercer estado desde ese momento. Sus peticiones básicas fueron abolir los privilegios aristocráticos, los tres estados feudales y establecer la igualdad civil. Las condiciones económicas, sociales y políticas del momento llevaron a que el tercer estado se enfrentara a la nobleza y la monarquía.

-Nobleza.

-Aristocracia.

-Burguesía.

-Sectores populares.

Los sectores populares por su parte, empujaron a la burguesía a la revolución para que ejerciera una gran presión sobre los nobles, a quienes culpaban de la carestía de la vida y de un complot que quería perjudicarlos.

La revolución se inició con la toma de la Bastilla el 14 de Julio de 1.789; esta jornada se explicó, en buena medida por el hecho de que el pan alcanzó un elevado precio ese día. Desde ese momento los miedos e iras mutuos determinaron buena parte de las acciones de la revolución: los pobres temían y se resentían contra los nobles y los ricos; la aristocracia y la gran burguesía, a su vez, le temían al pueblo, porque consideraban que si en él iba a residir el poder, el gobierno y la nación caerían en el caos y el desorden.

Como producto del miedo el pueblo se armó para defenderse, pero también, invadido de un sentimiento confuso de justicia popular, se dedicó al pillaje, incendio de castillos, asesinato de nobles y robos. La burguesía en un comienzo, estuvo de acuerdo con la ira popular; no obstante, fue organizando una milicia burguesa, la cual se armó con un doble objetivo: por un lado, evitar el ataque de las milicias del rey a Paris, y por otro, contener la ira popular.

Con la toma de la Bastilla, se derrocó el Antiguo Régimen y se organizó en Paris una Asamblea de Electores y una democracia directa. En los diferentes barrios, se crearon clubes políticos y organizaciones populares conocidas con el nombre de comunas. Uno de los clubes más conocidos fue el de los jacobinos, denominados la Sociedad de Amigos de la Constitución.

La Asamblea Nacional Constituyente (1.789-1.791)

El objetivo de la Asamblea Constituyente fue la redacción de una constitución para Francia. Esta asamblea estuvo compuesta por diferentes partidos políticos que se fueron difundiendo con los sucesos de la revolución: los monarquistas, defensores de la monarquía  y la nobleza; los jacobinos representaron a la pequeña y mediana burguesía; los girondinos, encarnaron los intereses de grandes negociantes de la burguesía provincial y de destacados intelectuales. Pero, con la toma de la Bastilla, las dos organizaciones políticas con mayor apoyo fueron los girondinos y los jacobinos.

En la asamblea predominó el liberalismo, que impulsó la creación de una monarquía constitucional, donde el gobierno estuviera dominado por los grandes propietarios. Entre sus obras más importantes se destacó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, 26 de agosto de 1.789; el cercado de las tierras comunales; el fomento a los empresarios rurales; la prohibición de corporaciones y gremios de trabajadores y artesanos; la creación de la guardia nacional, que agrupó a quienes tenían residencia fija y bienes para proteger en contra de la gran masa de pobres; así como la constitución civil del clero en 1.790.

En este período se acogió el tricolor azul, blanco y rojo, como símbolo de una nueva etapa en la historia de Francia. La constitución se terminó en 1.791 y se organizó la asamblea legislativa.

La Primera República (1.792-1.793)

Aunque la monarquía y la nobleza participaron en la Asamblea Constituyente, la nobleza no se resignó a tener a tener un papel secundario en la sociedad francesa y empezó a intrigar en el exterior, para derrocar al nuevo gobierno. La constitución civil del clero dio un carácter anticlerical al proceso. Para resolver la crisis económica, la Asamblea nacionalizó y puso en venta los bienes de la iglesia, comprometiéndose a sostener el culto y pagar sueldo a obispos y sacerdotes. Para ello suprimió las comunidades religiosas, reglamentó el número de obispados y parroquias, y dispuso que el clero fuera elegido por los ciudadanos. El papa condenó esta constitución civil del clero, la inmensa mayoría del clero francés no lo acepto y el monarca, que era profundamente católico, huyó de París pero fue detenido cerca de la frontera y suspendido en sus funciones por la Constituyente. Esta frustrada fuga hizo impopular al rey.

La monarquía se unió a la conspiración; y en junio de 1.791, Luis XVI y su familia intentaron huir al extranjero, pero fueron detenidos en Varennes, acusados de traición a la patria.

En contraposición a la monarquía, se afianzo en el republicanismo, que partió del principio de que los asuntos públicos debían ser manejados por el pueblo, porque este era fuente de poder y autoridad, no Dios ni los monarcas; y los reyes que abandonaban a su pueblo, como lo pensaba hacer Luis XVI, perdían el derecho a la lealtad de sus súbditos. Aprovechando la crisis provocada en Francia por la conspiración de la monarquía y sus simpatizantes en Europa, Inglaterra, Austria y Prusia iniciaron una invasión con ayuda de los nobles franceses que estaban en el exterior; unos 300.000 franceses emigraron entre 1.789 y 1.795.

En abril de 1.792, la Asamblea Legislativa declaró la guerra a Austria y a sus aliados; al mismo tiempo, llamó a voluntarios a la guerra, a cuyo llamado acudieron especialmente, los pobres de las ciudades que, mal alimentados y abastecidos, derrotaron en septiembre del mismo año a los prusianos.

Con el triunfo de la guerra, se instauró la primera república francesa que pretendió abolir todos los residuos del Antiguo Régimen. El primer logró de la República fue la creación de la Convención Nacional a través de elecciones, en la que dominó el partido de los girondinos.

Pero con la organización de la república, Francia no consiguió la estabilidad, estuvo amenazada por ejércitos prusianos e ingleses en sus fronteras, y hubo quiebra de la economía y una sublevación contra París de la mayor parte de regiones que componían el país. Ante las amenazas la nueva República inventó la guerra total, el reclutamiento en masa, y la utilización de todos los recursos hacia la guerra controlando férreamente la economía.

Los sans-culottes participaron activamente en la guerra; se convirtieron prácticamente en un ejército al servicio de los jacobinos y, como consecuencia, declararon la republica jacobina el 2 de junio de 1.793.

Finalmente la Constitución de 1.791 convirtió al Estado en monarquía constitucional. Varios actos populares a favor del establecimiento de una república frenaron la obra de la Constituyente. Temerosos de que el bajo pueblo interviniera demasiado en el gobierno, los asambleístas terminaron a toda prisa la Constitución que no estableció la república, sino una monarquía constitucional, ejemplo Gran Bretaña (Luis XVI fue reestablecido en el trono). Pero contrariando los mismos principios de la célebre Declaración de Derechos, la Constitución de 1.791 concedió el voto solamente a los ciudadanos que pagasen impuestos equivalentes a tres días de sueldo y exigió la condición de propietario para ser elegido a cargos públicos. La nación quedaba bajo el control político de los burgueses.

La República Jacobina (1.793-1.794)

Esta república con el predominio en el gobierno de los jacobinos y la amplia participación de los Sans-culottes y la clase media, consagró que la finalidad del gobierno era el bien común y afirmó que no bastaba con proclamar los derechos, sino hacerlos efectivos.

En los catorce meses que duró, hizo varias realizaciones: congelo el precio de los alimentos; confiscó provisiones a campesinos y especuladores; abasteció a las ciudades sobre todo París; abolió los derechos feudales, repartió tierras quitadas a la iglesia; abolió la esclavitud en sus colonias y redactó una constitución radical que otorgaba al pueblo el sufragio universal, el derecho al trabajo, a la insurrección y al alimento. Pero sus logros más visibles fueron la unificación de Francia, el retorno de la gobernabilidad y el rechazo a los invasores extranjeros.

Algunas medidas jacobinas, como la congelación de precios, que produjo la congelación de los salarios y la confiscación de alimentos, que perjudico a los campesinos, fueron acabando con el apoyo que le habían dado los Sans-culottes y otros grupos sociales. Además, el sector radical jacobino, encabezado por Robespierre, cometió arbitrariedades, como las ejecuciones de Hébert, Marat, Dantón, y algunos Sans-culottes, la eliminación de libertades y la imposición de cultos, como el del Ser Supremo, lo que ocasionó su derrocamiento por la Convención el 27 de julio de 1.794 y Robespierre, Saint Just y Cotuhon fueron guillotinados el 28 de julio.

El Directorio (1.795-1.799)  

Consistió en un gobierno de cinco personas, nombradas por la Convención, caracterizado por el dominio de los girondinos y la falta del apoyo popular. En 1.795, redactó una constitución, que defendió los intereses de la burguesía. Su política osciló entre el monarquismo y el jacobismo, pero le temió a ambos extremos: al deseo del monarquismo de volver al Antiguo Régimen y al radicalismo jacobino.

Lo anterior convirtió al ejército en una garantía para controlar a la oposición y a los enemigos externos. En 1.796, evitó que Francia fuera invadida por sus enemigos y, en 1.798, realizó una campaña contra Egipto y Siria, para debilitar a Inglaterra, su rival económico. Estas campañas expandieron los negocios de la clase media, beneficiando a banqueros, negociantes y abastecedores de los ejércitos.

Pero el gobierno del Directorio, por la corrupción, el despilfarro y los escándalos no garantizó la estabilidad política, lo que facilitó que, el 9 y 10 de noviembre de 1.799, el 18 brumario, Napoleón Bonaparte diera un golpe de estado, a partir del cual se organizó el Consulado.

El Consulado (1.799-1.804)

Estaba formado por tres cónsules provisionales en el poder ejecutivo: Napoleón, Sieyés y Roger Ducos. En 1.802, Napoleón aprovechando la acogida que tuvo en Francia la firma del Tratado de Paz de Amiens con Inglaterra, modificó la constitución, autoproclamándose cónsul único, vitalicio y con poder hereditario. Ante su actitud dictatorial, se fraguó un plan para asesinarlo, pero él aprovechó esta situación para declararse emperador en 1.804, dando origen a un nuevo período político: El Imperio Napoleónico. 

Napoleón Bonaparte: del golpe militar al imperio.

El ejército revolucionario llegó a contar con un millón de hombres. Entre sus generales se encontraba Napoleón Bonaparte (1.769- 1.821), quien a los 24 años encabezó los ejércitos que vencieron a Austria, aunque los franceses se encontraban en inferioridad de soldados y armamentos, y ocuparon todo el norte de Italia. Napoleón, sin contar con el Directorio, impuso las condiciones de paz, revelando con ello que era un hombre ambicioso, autoritario y gran político.

El directorio temeroso del poder y de la fama de Bonaparte, lo alejó de Francia dándole el mando de la campaña de Egipto (1.798). Mediante ella, se pretendía bloquear las rutas comerciales de Gran Bretaña hacia la India. Napoleón tuvo algunas victorias en tierra pero el almirante Nelson destruyó la flota francesa en el puerto egipcio de Aboukir y Napoleón regresó secretamente a Francia. Derrotado finalmente por los ingleses, el ejército francés tuvo que evacuar Egipto al año siguiente.

En París, Napoleón fue llamado por algunos políticos que conspiraban contra el Directorio y como necesitaban apoyo militar. Lo hicieron nombrar jefe de la guarnición de París. El golpe de Estado tuvo lugar en los días 18 y 19 brumario (9 y 10 de noviembre) de 1.799 según el calendario revolucionario: los directores forzados a dimitir, el Consejo de ancianos sacados y el Consejo de los quinientos disuelto por la fuerza. Los golpistas y una minoría de los quinientos redactaron otra constitución que estableció el sistema de gobierno llamado Consulado.

Esta nueva monarquía fue confirmada por un plebiscito popular; todas las clases populares comprendían que Napoleón era el restaurador del orden y el progreso, quien llevaba a Francia a la victoria. Además, el ejército lo respaldaba incondicionalmente. El imperio napoleónico puso fin al proceso revolucionario; pero, a la vez, conservó e institucionalizó muchos principios revolucionarios. Por ello, no fue la Restauración del Antiguo Régimen sino un imperio burgués bajo el fuerte autoritarismo militar de Napoleón.

Durante este periodo se centralizó el poder en Francia, se reorganizaron las finanzas, se estableció el libre comercio y la libre competencia, y se firmó un concordato con la Santa Sede, en el que el Estado Francés se comprometió a pagar los sueldos de los clérigos y estos juraron fidelidad al Estado.

También se redactó el código civil, obra que dejó por escrito algunas de las conquistas más importantes de la revolución, como los Derechos del Hombre, la libertad de comercio, la libre competencia y la propiedad. Este código fue tomado como un ejemplo por muchos Estados  Europeos y Latinoamericanos durante el siglo XIX.

La política exterior del imperio.

Como el objetivo de Napoleón era derrotar económica y militarmente a Inglaterra y ensanchar el territorio francés, se lanzó a conquistar la mayor parte de estados europeos: invadió los reinos Italianos donde nombró a algunos de sus familiares; venció a austriacos y rusos en Austerlitz; impuso un bloqueo continental a Inglaterra, prohibiendo el comercio de este país con cualquier lugar del continente; e invadió España y Portugal en 1.808.

Los franceses se hicieron dueños de casi toda Europa pero, en 1.808, los rusos desconocieron el tratado de paz de Tilsit, firmado con Francia en 1.807 y, en 1.812 estalló la guerra entre ambos países. Francia tuvo una serie de reveses militares en la campaña rusa y, tras su fracaso, las potencias aliadas contra Francia obligaron a Napoleón a retirarse hacia la isla de Elba en 1.814.

Luis XVIII, hermano de Luis XVI, asumió el trono. Pero ante la negativa de los franceses de tener nuevamente a la aristocracia en el poder. Napoleón regresó en marzo de 1.815 y organizó un gobierno de cien días. Los monarcas europeos le declararon la guerra y lo vencieron en la batalla de Waterloo en 1.815. Después de su derrota, fue desterrado a la isla de Santa Elena, en el Atlántico sur, donde murió en 1.821.

La derrota de Napoleón marcó el final del período de la Revolución Francesa y dio inicio a la restauración de las monarquías en Europa. No obstante, el espíritu y el ejemplo de la revolución convirtieron la primera mitad del siglo XIX en uno de los períodos más convulsionados de Europa, ya que la mayor parte de sus naciones lucharon contra el Antiguo Régimen.

La Revolución Industrial.

A finales del siglo XVIII, la producción de bienes manufacturados era exclusivamente artesanal; los tejidos, por ejemplo eran fabricados por las familias en las casas, a partir de la materia prima entregada por los comerciantes. Pero en Inglaterra se dieron los primeros pasos para cambiar esta forma de producción. Ello fue posible gracias a que el país contaba con mano de obra abundante y barata que había sido desplazada del campo debido a las transformaciones de la agricultura; también a la acumulación de capital producto del desarrollo comercial; y a la paulatina introducción de innovaciones técnicas.

Las transformaciones de la agricultura. 

Entre 1.830 y 1.840, en Inglaterra se presentó un aumento de la producción agrícola que permitió alimentar una población entre dos y tres veces mayor que la del siglo anterior. Esto fue posible gracias a la generalización de métodos de cultivos introducidos desde comienzos del siglo XVIII, como la explotación más racional de los suelos, la rotación de cultivos, la siembra de nuevas semillas, la aplicación de abonos, y la introducción de algunas innovaciones técnicas, como el arado de Rotterdam, que aumento la productividad del trabajo campesino y disminuyó la necesidad de la mano de obra en las actividades agrícolas.

De campesinos a asalariados.                                                                             

Con el aumento de la población y la demanda de más alimentos, la producción agrícola se volvió rentable, lo cual despertó el interés de los terratenientes ingleses, quienes consiguieron del gobierno la promulgación de leyes para cercar las tierras comunales, antes explotadas por los campesinos, quienes fueron despojados de sus medios de subsistencia.

Las transformaciones en el campo inglés condujeron a la separación de la economía aldeana y a la modernización de la agricultura, lo cual trajo entre otras, dos consecuencias importantes: el aumento de la producción de alimentos y el desplazamiento de los campesinos hacia las ciudades.

Inicialmente, muchos campesinos recurrieron a la manufactura textil conservando su independencia y organizando el proceso productivo según sus propios ritmos de trabajo, aunque dependiendo de los comerciantes, quienes les proporcionaban las materias primas y les compraban los productos elaborados.

Sin embargo, con el aumento del mercado y las exigencias que este imponía, sobre todo en la industria textil algodonera, los comerciantes controlaron cada vez más la producción, hasta el punto de concentrarla a talleres hasta donde convergieron los trabajadores para contratarse como asalariados, perdiendo su independencia y el control del proceso productivo. Por su parte, los campesinos que no emigraron a las ciudades obtenían sus medios de subsistencia como jornaleros de los terratenientes.

Primera fase de la revolución industrial. 

La concentración de la industria algodonera en talleres permitió a los propietarios introducir las innovaciones técnicas con las cuales se proponían responder a un mercado en constante crecimiento. El ímpetu de los negociantes ingleses estuvo apoyado por la agresiva política colonial de sus gobiernos, con lo cual consiguieron establecer un monopolio, aventajando a algunos de sus posibles competidores.

La industria textil creció ligada al comercio triangular, en el cual los negociantes ingleses intercambiaban, en las costas africanas, los artículos de algodón producidos en sus talleres, a cambio de esclavos que luego eran vendidos en los puertos americanos. Allí, los barcos ingleses se aprovisionaban del algodón cultivado en las plantaciones para conducirlo luego a Inglaterra, donde era transformado en un producto industrial, a fin de ser vendido en diversos mercados.

Este comercio les reportó astronómicas ganancias a los negociantes particulares, quienes acumulaban un gran capital que sirvió de base para las inversiones que dieron lugar a la primera fase de la revolución industrial, más aún cuando las innovaciones técnicas necesarias para su puesta en marcha eran relativamente sencillas y económicas.

La introducción de innovaciones y la fuerte competencia que surgió llevaron  una caída de los precios del producto terminado; para mantener el margen de ganancia, los patronos redujeron los salarios al límite de subsistencia, pero como no podían reducirlo más allá del límite, los empresarios aceleraron la mecanización. Hacia 1.815, la producción textil inglesa estaba totalmente mecanizada.

La segunda fase de la Revolución Industrial. 

Con la introducción de la máquina de vapor de James Watt, en 1.765, se dieron las bases para el desarrollo de la gran industria y para su distribución espacial. Si bien, en un comienzo las industrias se establecían en las márgenes de los ríos caudalosos, para aprovechar la energía hidráulica, con la máquina a vapor se podían instalar en cualquier lugar, sobre todo donde hubiera acceso fácil al carbón mineral. En este contexto era fundamental el desarrollo de la metalurgia y la minería, las cuales fueron estimuladas inicialmente por la fabricación de máquinas destinadas a la industria textil y, posteriormente, por la invención del ferrocarril.

Transformación de la industria minera.

A diferencia de la industria algodonera que tenían un mercado asegurado, en expansión y que requería inversiones mínimas, la industria del hierro carecía de mercados representativos y exigía grandes inversiones. Sin embargo, la capacidad productiva aumentó gracias a sencillas innovaciones, como el pudelado y el laminado, en 1.784. Aun así, la demanda, a no ser la de máquinas modestas como la de los telares, siguió siendo baja, por lo menos hasta las primeras dos décadas del siglo XIX.

La suerte de minería de carbón era diferente. Debido a la escasez de bosque en Inglaterra, la explotación de minas de carbón se extendió desde antes del siglo XVIII. Para esta época era tal la demanda, que la industria carbonífera necesitaba una gran revolución técnica. Las minas no sólo introdujeron las máquinas a vapor para su explotación, sino que requerían medios de transporte más eficientes para trasladar las enormes cantidades de carbón extraídas a los lugares de consumo. Esta situación, unida a los altos costos del transporte terrestre, sirvió de estímulo para la introducción del ferrocarril, que ejercería una influencia transformadora sobre todas las demás industrias.

El ferrocarril.

Esta innovación percibida por los contemporáneos como un colosal invento produjo el mayor impacto sobre el desarrollo económico en general. Por una parte, la industria del hierro aumentó su producción en Inglaterra de: 680.000 toneladas, en 1.830, pasó a 3.500.000 toneladas en 1.850. La producción de carbón pasó de 15 a 45 millones de toneladas. Tal aumento obedecía a las enormes cantidades de hierro y acero necesarias para los tendidos de vías, además de la maquinaria pesada de las locomotoras y sus vagones.

Por otra parte la construcción de ferrocarriles demandaba enormes inversiones de capital. Como en sus inicios los ferrocarriles no parecían muy rentables, invertir en ellos resultaba irracional si se tiene en cuenta que la búsqueda de rentabilidad era la motivación de los empresarios.

Sin embrago, las enormes cantidades de capital acumulado en la primera fase de la Revolución Industrial eran tan grandes que excedían la capacidad de gastarlo o invertirlo en zonas existentes; por tanto, la burguesía industrial y financiera se arriesgó a invertir en el ferrocarril, en la medida que podría permanecer como inversión fija sin que se desvalorizara.

De tal forma, entre 1.830 y 1.850, los países europeos y los Estados Unidos se dieron a la tarea de construir ferrocarriles, muchos de ellos con capital, hierro y técnicos británicos. Las inversiones pasaron de 28 millones de libras esterlinas en 1.840 a 240 millones en 1,850. El ferrocarril sirvió como dinamizador de la economía, contribuyendo al crecimiento del comercio mundial.

Expansión de la Revolución Industrial.

Si bien la Revolución Industrial se inició en Inglaterra, para 1.850 este fenómeno se extendió a otras regiones de Europa y a los Estados Unidos. El mecanismo de expansión fue en gran medida la importación de técnicas y máquinas procedentes de Inglaterra. En Francia, la transformación industrial fue precedida por la revolución política; la monarquía liberal de 1.830 implantó un régimen burgués y facilitó el despegue de la actividad fabril. Al mismo tiempo, la Revolución Industrial en Alemania fue precedida de reformas burguesas que permitieron superar la fragmentación territorial y la organización social feudal. Igualmente, en Estados Unidos, al finalizar la guerra de Secesión, con el triunfo del norte capitalista, se dio un gran auge de la actividad industrial estimulada, entre otras cosas, por la migración Europea, los descubrimientos de minas de oro en California, la existencia de gran cantidad de recursos naturales y una política de abierto respaldo a la expansión de negocios.

Consecuencias socioeconómicas de la Revolución Industrial.

La fábrica industrial transformó la forma tradicional de vida de los trabajadores y arrastró a muchos de ellos a una extrema pobreza y una total desmoralización. Así la sociedad industrial se caracterizó por aspectos concretos como los siguientes:

Crecimiento rápido e incontrolado de las ciudades, y sobre todo, el hacinamiento de los trabajadores pobres en áreas antihigiénicas, donde eran víctimas de epidemias.

Consolidación del proceso fabril, que tenía como protagonista a la máquina. El obrero era una pieza más de un complejo mecanismo al cual debía acoplarse, bajo horarios estrictos y jornadas de 16 horas de trabajo diario. Desaparecieron la autonomía del trabajador para disponer de su propio ritmo de trabajo y las relaciones cordiales con el maestro artesano.

Aumento de la resistencia de los trabajadores a emplearse en las nacientes industrias mecanizadas; sólo cuando la ruina de su oficio y el hambre les imponía la necesidad, recurrían a vender su fuerza de trabajo y aún se oponían a la rígida disciplina de la fábrica; por tal motivo, los patronos preferían contratar a mujeres y niños porque resultaban más dóciles.

Generalización del trabajo de los niños. Con la mecanización, no se requería el trabajo calificado; para los patronos era más fácil y rentable contratar a mujeres y niños, pues sus salarios eran menores que los pagados a hombres adultos, con lo cual disminuían los costos y aumentaban los beneficios para el capitalista.

Aunque los obreros no deseaban enviar a sus hijos a las fábricas o minas, los bajos salarios que recibían no eran suficientes para sobrevivir y, por tanto, se veían obligados a entregarlos a orfelinatos. Frecuentemente, estas instituciones llegaban a acuerdos con las fábricas para enviar allí a los niños puestos a su disposición.

El capitalismo.

Surgimiento y ampliación del capitalismo.

El surgimiento del capitalismo ha sido objeto de múltiples posturas económicas y sociológicas, aunque todas coinciden en que nació en el siglo XV en Europa.

La crisis del feudalismo (sistema anterior) dio paso al nuevo sistema capitalista. Sus características empiezan a ser visibles para los historiadores en la Baja Edad Media, en el momento en que la vida económica migra transitoriamente del campo a la ciudad.

La manufactura y el comercio comenzaron a ser mucho más rentables y lucrativos que el trabajo de la tierra. Lo que dio lugar a un aumento inusitado de la renta por parte de las familias feudales a los campesinos. En toda Europa se produjeron revueltas campesinas protestando por la abrupta subida de impuestos.

La catástrofe demográfica que supuso la peste bubónica significó una de las hambrunas más grandes de la historia. La gente sentía que el feudalismo no daría respuesta a las demandas económicas y sociales de la población, es allí cuando se inicia la transición de un sistema a otro.

En toda Europa se fueron instalando burgos (urbanismos nuevos). En ellos, las personas comenzaron –incipientemente- a especializarse en la mano de obra de pieles, madera y metales principalmente. Es decir, a agregarle valor a las cosas y comercializarlas o intercambiarlas.

Mientras los habitantes de los burgos (burgueses) tomaban poder y acumulaban capital, los feudos sufrían embates meteorológicos, malas cosechas y pestes que los fueron debilitando.

Factores para el surgimiento del Capitalismo.

Una de las características que dio paso al capitalismo es que en Europa un burgués podía tener más riquezas que un señor feudal y que un rey, mientras que en el resto del mundo feudal nadie podía ostentar más riquezas que quien ejercía el poder.

Etimológicamente la palabra capitalismo deriva de la idea de capital y uso de la propiedad privada. No obstante, hoy en día su significado va más allá, el capitalismo contemporáneo tomó forma de economía de mercado y para muchos autores es un sistema.

Para el padre del liberalismo clásico, Adam Smith, las personas siempre hemos tendido a “realizar trueques, cambios e intercambios de unas cosas por otras” por esta razón, el capitalismo surgió espontáneamente en la Edad Moderna.

Karl Marx moteja, en el Manifiesto del Partido Comunista, a la clase burguesa como una “clase revolucionaria” por oponerse al sistema feudal, instauraron otro modo de producción y lo universalizaron. Para Marx la clase burguesa creó el capitalismo y a su vez las contradicciones que darían fin al mismo.

La filosofía renacentista y el espíritu de la Reforma protestante se convirtieron en baluartes ideológicos del capitalismo en el siglo XIV. Estos movimientos cuestionaron la cosmovisión del Estado feudal e introdujeron ideas de Estados Modernos-Nacionales que propiciaron las condiciones ideológicas para el surgimiento del capitalismo.

El capitalismo surge como una necesidad histórica del momento y respondió a diversos problemas sociales y económicos de la sociedad feudal.

La expansión del Capitalismo.

El capitalismo es un sistema económico y social en el que los medios de producción no pertenecen a quienes los usan, es decir, a quienes trabajan con ellos, sino a otras personas, que se convierten en propietarios privados. Sus rasgos claves son:

Las relaciones entre las empresas productoras, esencialmente las fábricas, con sus clientes y con el personal, están mediadas por contratos.

La fuerza laboral o capacidad que tienen los seres humanos para ejecutar un trabajo se considera como una mercancía que puede ser comprada y vendida como un bien o un servicio.

Los propietarios de los medios de producción saben que se produce no para el bien común, sino para el mercado, con el fin de obtener más ganancias y acumular riquezas.

El Capitalismo Comercial.

Desde el siglo XVII, la fuente de riqueza fue el comercio con las Indias occidentales y orientales. La base de este comercio era el azúcar, las especias, la trata negrera y los metales preciosos, oro y plata, sacados de los yacimientos americanos. Ese auge comercial, favoreció a las ciudades comerciales europeas y a los centros financieros, que acumulaban riquezas y prestaron dinero para patrocinar nuevas expediciones en busca de más riquezas.

El Capitalismo Industrial.

Desde el siglo XVIII, el comercio recibió mayor impulso con los adelantos técnicos que desembocaron en la Revolución Industrial. Así nació una nueva forma de capitalismo: el capitalismo  industrial, desarrollado y difundido en Inglaterra desde los primeros años del siglo XIX.

Más adelante, entre 1.848 y 1.870, se presentó la expansión económica, donde la mayor parte del mundo operaba bajo el capitalismo, que funcionaba como una organización comercial y económica en la que actuaron de manera conjunta dos factores: los capitalistas, propietarios de los medios de producción, es decir, de las fábricas y de los sistemas de comercio, y los trabajadores, proletarios y obreros, quienes realizaban los trabajos.

La producción a gran escala incentivada por la industrialización hizo que el mundo del trabajo basado en los talleres artesanales comenzara a desaparecer. El propietario de la industria, como capitalista, buscó el mayor beneficio económico, aumentando la producción y ampliando los mercados para vender los productos. Por su parte, los obreros, para poder subsistir, comenzaron a vender su mano de obra, estabilizándose las relaciones patrón-obrero típicas del mundo capitalista industrializado.

Capitalismo financiero

El capitalismo monopolista surge en el siglo XX y perdura hasta nuestros días. El rápido incremento y multiplicación del capital provocó igualmente el desarrollo de la banca y entidades financieras.

Los banqueros y dueños de bolsas descubrieron que una de la formas de producir dinero es teniendo dinero. Anteriormente, la forma de producir dinero era bajo el esquema D-M-D (Dinero-Mercancía-Dinero) ahora pasó a ser D+D: D (Dinero + Dinero: Dinero)

El capitalismo contemporáneo integra estas tres etapas en función de la acumulación de capitales. Autores como Vladimir Lenin sostienen que la última fase del capitalismo no es la financiera, sino la fase imperialista como forma de dominación económica de naciones industriales a naciones atrasadas.

Mercantilismo

Nace como una forma de capitalismo nacionalista en el siglo XVI. Su principal característica es que unía los intereses del Estado con los industriales. Es decir se valía del uso del aparato estatal para impulsar las empresas nacionales dentro y fuera del territorio.

Para el mercantilismo, la riqueza se incrementa a través de lo que denominaron la “balanza comercial positiva”, en la cual si las exportaciones superan a las importaciones se estaría dando lugar a la acumulación originaria de capital.

El Utilitarismo: principio del capitalismo en el siglo XIX.

El utilitarismo fue la corriente del pensamiento, de finales del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX, que más influyó en el desarrollo de la sociedad industrializada. Sus representantes, entre ellos Jeremías Bentham y John Stuart Mill, defendían los principios de la investigación de la naturaleza; la observación de los hechos como base de la ciencia y el deseo de entrar en contacto directo con la realidad y con lo concreto; la formación de una ética burguesa de la austeridad, el orden, la sencillez, el ahorro, la inversión en lugar del gasto y la racionalidad basada en la jurisprudencia; y búsqueda del placer, entendido como la satisfacción de las necesidades básicas, para vivir en el mundo, sin exageraciones sino con discreción.

 Hasta 1.848, la producción industrial creció considerablemente. Sin embargo no pudo ampliar de manera eficaz el mercado para sus productos. Incluso llegó a pensarse que el sistema industrial podía fracasar. La solución radicó en la expansión de los mercados para ampliar, de igual forma, el consumo. Para lograrlo, los industriales y comerciantes invirtieron ganancias de la producción industrial en tecnificar las comunicaciones y los medios de transporte, lo cual hizo más fácil transportar tanto materias primas como las manufacturas. Así las cosas, el ferrocarril y el barco a vapor colaboraron, en gran medida, en expandir el mundo capitalista industrializado.

Estos dos medios de transporte redujeron distancias y abarataron los costos en la producción, fue mucho más fácil transportar materias primas de sus lugares de extracción a los centros industriales y, posteriormente, llevar a las manufacturas a los lugares de consumo. Esto hizo que hasta los sitios más remotos del mundo llegaran las mercancías elaboradas en las fábricas europeas.

La expansión comercial. 

La expansión comercial del siglo XIX, como fruto del mundo industrializado, pudo darse por los siguientes factores:

1. Las ciudades se transformaron en centros industriales y en focos de atracción para inmigrantes provenientes del campo; a mediados del siglo XIX, cerca del 75% de la población europea vivía en el campo, pero finalizando el siglo, la cifra se redujo al 50%. Así, las industrias tuvieron a su disposición abundante mano de obra barata y los propietarios de las empresas pudieron bajar o subir libremente los montos de los salarios de los trabajadores, situación que favoreció el aumento de la producción.

2. Las ciudades, debido al crecimiento de la población y al descenso de la mortalidad, gracias al impulso de la medicina, la buena higiene y la alimentación, se convirtieron en centros de distribución y consumo de bienes, en mercados para la producción industrial, porque gran cantidad de sus habitantes se sumó a las actividades industriales y el comercio que distribuía artículos para todo el mundo. 

La ciudad sufrió cambios en su naturaleza y funciones. Se construyeron barrios para los recién llegados; se amplió la construcción de vías en función del capitalismo industrial y de la expansión comercial; y los barrios comerciales, ubicados cerca a las estaciones ferroviarias o a los lugares de embarque en los puertos, se convirtieron en epicentros del mundo financiero.

La idea de progreso.

La sociedad europea occidental del siglo XIX y las periferias que esta iba construyendo en su expansión mundial, vieron el progreso técnico e industrial como el fin último de la humanidad. Ese progreso se media por el avance de la industrialización y por el auge en las comunicaciones y el transporte. Se creía que entre más chimeneas de fábricas y más kilómetros de vías férreas o de cables para el telégrafo existieran, más progreso había.

Desde mediados del siglo XIX, las aplicaciones de la máquina de vapor eran lo fundamental. La más importante fue el ferrocarril, que se convirtió en el rey del transporte. Los distintos países europeos comenzaron a crear redes ferroviarias complejas que superaban las simples líneas inconexas de comienzos del auge comercial, y que permitieron agilizar los viajes personales y el transporte de productos.

La navegación a vapor también se vio beneficiada. En cada uno de los países creció la construcción de canales, aprovechando los ríos. La navegación interoceánica alcanzó innovaciones, tales como: la construcción de embarcaciones de gran calado y velocidad; el cambio de la rueda como mecanismo de impulso, por la hélice de tres palas, en el decenio de 1.850-1.860; y el casco de madera fue reemplazado por el metálico, lo que le dio a los barcos más velocidad y resistencia. Como construir esos barcos era costoso, los antiguos armadores fueron sustituidos por grandes astilleros, patrocinados por industrias pujantes y grupos financieros y bancarios.

El auge de este tipo de embarcaciones redujo el costo de los fletes, aumentó el volumen de carga, favoreciendo la expansión comercial y el surgimiento de compañías de transporte interoceánico que se encargaba de llevar migrantes a los nuevos centros de colonización y de transportar todo tipo de mercancías.

Las flotas mercantes aumentaron y los principales puertos sufrieron cambios notorios para ponerse a tono con las circunstancias. Marsella, el Havre, Burdeos, Bolougne, en Francia; Amberes, Rotterdam y Ámsterdam en Bélgica y Holanda; Londres y Southampton en Inglaterra; Hamburgo y Alemania, se convirtieron en los centros claves para el intercambio comercial. 

Los nacionalismos europeos.

Europa: nación y nacionalismo.

En el siglo XIX, con el surgimiento del nacionalismo, surgieron también ideas de unificación paneuropea, algunas de ellas basadas en el arianismo y en teorías sobre la raza. Después de que las políticas nazis y el Holocausto desacreditaran estas teorías raciales, el énfasis se movió al pan-nacionalismo cultural.

El liberalismo y el nacionalismo son las ideologías que vertebran las transformaciones sociales, políticas, económicas y culturales a lo largo del siglo XIX, desde la caída del Antiguo Régimen y la instauración de los regímenes parlamentarios en América del Norte y Europa Occidental, hasta el triunfo de la industrialización y el capitalismo, así como la configuración de nuevos Estados. Durante la primera mitad del siglo las oleadas revolucionarias de 1820, 1830 y 1848, instigadas y lideradas por la burguesía, van a convertir a estas ideologías en triunfantes. Ya en la segunda mitad del siglo XIX, el propio triunfo del liberalismo y el ascenso de la burguesía al poder económico y político, así como su liderazgo social y cultural, van a situar a estas ideologías en unas posiciones más conservadoras, se van a ir liberando de su carácter revolucionario, y van a ser puesta en cuestión, por otras nuevas, tales como el marxismo y el anarquismo.   El liberalismo político y el nacionalismo reaccionan contra los principios absolutistas de la Restauración. Por un lado, la burguesía, grupo social en expansión, no está dispuesta a renunciar al poder político. Por otro, la Revolución Francesa y el Imperio napoleónico despertaron la conciencia nacionalista de algunos estados europeos que tampoco están dispuestos a acatar la artificialidad de las fronteras políticas impuestas por el Congreso de Viena. Así, el liberalismo político y el nacionalismo se exacerban a partir de este Congreso, y unas veces unidos y otras veces separados, abrirán una etapa revolucionaria en Europa a partir de 1820 que se enfrentará a los principios de la Restauración.

El nacionalismo es una ideología y movimiento sociopolítico que surgió junto con el concepto moderno de nación, de propio de la Edad Contemporánea, en las circunstancias históricas de la llamada Era de las Revoluciones (Revolución industrial, Revolución Burguesa, Revolución liberal y los movimientos de independencia de las colonias europeas en América, desde finales del siglo XVIII. El nacionalismo es un principio político que sostiene que debe haber congruencia entre la unidad nacional y la política» o dicho con otras palabras «el nacionalismo es una teoría de legitimidad política que prescribe que los límites étnicos no deben contraponerse a los políticos.

El nacionalismo ha dado lugar a dos grandes corrientes ideológicas: la primera de ellas busca fortalecer la autodeterminación nacional ante potencias coloniales o neocoloniales. Mientras la segunda busca impulsar la supremacía de una nación sobre otras, denominada como «nacionalismo del colonialista y caracterizada como «nacionalismo excluyente y dominador».

El estado nacional moderno, que se afianzó primero en Europa entre mediados del siglo XIII y mediados del XVI (con Inglaterra y Francia primero, luego con España) para extenderse después por todo el mundo entre fines del siglo XVIII y comienzos del XX, se convirtió en la forma de organización política más importante de la era contemporánea. Por cierto, surgió de maneras diferentes, ya sea como resultado de monarcas reformadores e ilustrados (la Paz de Westfalia reconoció la figura jurídica del Estado en 1648), de la revolución interna (republicanismo), o bien, de la desmembración de los grandes imperios. Hay quienes distinguen, por ello, tres formas distintas de generación de estados-naciones según la región geográfica:

a) El proceso dado en la periferia atlántica a través de monarquías o regímenes centralizadores pero -a su manera- reformadores (Inglaterra y Francia);

(b) Lo acaecido en Europa central, fruto de la unidad lingüística y cultural (Italia y Alemania); y

(c) Los movimientos de segregación producidos al interior de los imperios considerados como “cárceles de naciones” (Habsburgo, Otomano y Romanov). En cualquiera de sus formas o lugares, la constitución, consolidación y expansión del Estado-nación dio lugar al nacionalismo, fenómeno que coincidió con la declinación de la religión como fuerza social motora, en el sentido de que fue una reacción del humanismo individualista al universalismo teocéntrico.

Para fines de la primera mitad del siglo XIX, se había consolidado en forma paralela en Europa el poder de la burguesía. A pesar de que el Congreso de Viena (1814-1815) había promovido la Restauración y, con ello, constituía una suerte de agente del Antiguo Régimen, la verdad es que dicha situación se vio superada con bastante rapidez. Si bien se reinstauraron algunas monarquías, al amparo de las revoluciones (1830 y 1848) se generalizaron las reivindicaciones a favor del sufragio universal y la justicia social, a la vez que se fue afirmando un liberalismo burgués enfocado a la obtención de mayores libertades individuales, a la separación de los poderes del estado (elección popular y fortalecimiento de los parlamentos) y a la libertad comercial (la doctrina del laissez faire, laissez passer). Por ello, entre 1815 y 1848, se dio lo que podríamos llamar el “nacionalismo romántico”, movimiento amplio que abarca tanto las artes (literatura y música) como la política y que desemboca en la revolución y en la caída definitiva de la monarquía (en Francia). Ese nacionalismo romántico y burgués era esencialmente individualista y una reacción contra los absolutismos y las jerarquías reinantes tanto sociales como políticas. Se asociaba, pues, a un concepto de modernización: secularización, urbanización, liberalismo y el imperio general de la ciencia sobre la religión.

Después de las revoluciones, concretamente entre 1848 y 1871, el movimiento es cooptado por una suerte de “nacionalismo realista” y conservador, que en lo práctico se tradujo en las unificaciones de Italia y Alemania. Más que un proceso individualista en las artes y la política, se produce una exaltación del colectivo nacional y de la comunidad como tal, donde el estado adquiere un valor por encima de sus propios ciudadanos. En otras palabras, la concepción moderna del Estado-nación moderno se fue estructurando sobre la base de dos vertientes principales: “la primera, surgida con la Revolución francesa, proclama que es una unión de ciudadanos libres e iguales, con voluntad de vivir juntos; la segunda, procedente de la tradición romántica alemana, orgullosa de su pasado, su identidad y su carácter, afirma que es un conjunto de territorios con una misma cultura, que va más allá del individuo concreto”.

Ahora bien, desde un punto de vista metodológico, se puede afirmar que las naciones calificaban como estados cuando cumplían tres requisitos básicos copulativos:

(1) Una población asociada a través de valores comunes (nación);

(2) Un pueblo nacional políticamente organizado para actuar en forma conjunta (gobierno); y

(3) Una nación debidamente organizada y gobernada debe habitar un territorio reconocido como tal por los demás estados.

El nacionalismo vendría a ser, por lo tanto, el movimiento que agrupa la institucionalización de esos sentimientos y valores nacionales por encima de meros intereses étnicos, derechos y tradiciones de soberanos, y de ideologías. En otras palabras, es la creencia de que cada nación tiene tanto el derecho como el deber de constituirse en un estado.

En consecuencia, el nacionalismo irrumpió con los cambios operados por la Revolución francesa difundidos en Europa por las guerras napoleónicas. Estaba asociado con la soberanía popular y ésta con la nación. Además, los franceses revolucionarios tenían por patriotas a quienes demostraban el amor a su país a través de la reforma. Cuando el imperio francés exportó sus ideales libertarios, incentivó los sentimientos nacionalistas en el resto del continente, en cuyo caso se trataba de una reacción contra la dominación francesa. Al decir de un autor, “el éxito del pensamiento romántico permitió que el nacionalismo se convirtiese en el movimiento de las vanguardias de su época, con una difusión y vitalidad que ninguna otra ideología había conseguido hasta ese momento”. En un primer momento, fruto del Congreso de Viena y su proceso de restauración, las revoluciones liberales de 1820, 1830 y 1848 fracasaron en parte frustrando los deseos de muchos europeos de poner fin al Antiguo Régimen para recomponer Europa sobre la base del principio de las nacionalidades. Pero, lentamente, los regímenes liberales se fueron imponiendo y, con ellos, se extendió el nacionalismo.

La ulterior etapa del nacionalismo en Europa se presentará en el curso de la segunda mitad del siglo XIX bajo dos formas diferentes: una, de inspiración romántica, liberal y democrática (italiana) y, la otra, conservadora y autoritaria (alemana). Ambas corrientes eran procesos dirigidos por una burguesía que procuraba un mercado nacional unificado y por una clase política ambiciosa que cuestionaba el estatuto territorial europeo, ya sea para la disociación o unificación de estados. Más tarde el fenómeno adquiriría otras dos orientaciones diferentes: si durante el siglo XIX la construcción de varias naciones europeas se consideró parte esencial de la evolución histórica, al combinar el concepto moderno de Estado-nación con la estructuración de una economía nacional (movimientos de unificación), en el siglo XX se dieron fundamentalmente movimientos pro liberación e independencia como agentes principales para la eliminación de una administración imperial (principio de la autodeterminación). En ambos casos, se daba la misma dicotomía entre la tendencia a unir poblaciones dispersas versus la tendencia al separatismo de minorías.

En lo que respecta al nacionalismo propiamente europeo, es cierto que después de Napoleón el fenómeno amainó como consecuencia de la Restauración, la que sofocó en 1815 los anhelos de independencia nacional de muchos pueblos. Sin embargo, los patriotas italianos seguían luchando contra el despotismo austriaco y los polacos contra la dominación autocrática rusa. Los belgas aspiraban a su separación de Holanda, porque a los católicos flamencos les molestaba estar subordinados a un gobierno protestante (la Casa de Orange) y a los valones liberales el régimen demasiado autoritario de los holandeses. Por su parte, los Balcanes eran un verdadero hervidero de etnias, culturas y religiones, que intentaban desprenderse del imperio otomano.

Características del nacionalismo. Se puede remontar el origen del nacionalismo a los siglos bajomedievales como una reacción al feudalismo, reafirmándose en el siglo XVIII con la Revolución Francesa, como un concepto que tiende a exaltar la nación como entidad soberana, frente al monarca absoluto. Su desarrollo en el siglo XIX se explica por la confluencia de varios factores: El nacionalismo se había despertado por inspiración de una de las principales ideas de la Revolución Francesa: todos los pueblos tienen derecho a disponer de sí mismos. Las tropas de Napoleón sirvieron de vehículo propagador de estas ideas; pero, a la vez, las invasiones napoleónicas desataron una reacción nacionalista contra el Imperio de Napoleón. La arbitraria división del mapa de Europa y la imposición de soberanos absolutos por el Congreso de Viena provocaron que el sentimiento nacionalista cobrase fuerza. El Romanticismo también tuvo un papel clave, ya que rescata las leyendas medievales, buscando en la tradición el espíritu de la nación y glorificando la supuesta libertad de otras épocas, ahora perdida. Despertó el interés por el pasado histórico: el folklore, la épica y las costumbres antiguas se analizaron y divulgaron.

París fue uno de los centros del nacionalismo al convertirse en receptora de exiliados. Pero fueron las universidades alemanas donde se realizaron las formulaciones teóricas más completas y donde surgieron importantes teóricos, como Herder y Fitche. El primero fue el iniciador de la idea de “Volkstum”, nación-pueblo, grupo histórico, frente al Estado que puede ser una creación artificial. El segundo instó a la resistencia contra Napoleón en sus Discursos a la nación alemana. Europa se convierte en un fervor nacionalista difícilmente conjugable con el caos que el congreso de Viena había introducido en el mapa de las nacionalidades. Así las sociedades secretas de los años 20 (la Joven Alemania  y la Joven Italia) también propulsaron los sentimientos nacionales. En la Europa de la primera mitad del siglo XIX nos encontramos con la siguiente situación: Dos nacionalidades divididas: Alemania e Italia. Nueve nacionalidades sometidas a otras: Irlanda a Gran Bretaña, Noruega a Suecia, Bélgica a Holanda, los ducados alemanes de Schlewig y Holstein a Dinamarca, y Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania y Polonia a Rusia.

Dos Estados multinacionales: El Imperio Austro-Húngaro, donde convivían alemanes, húngaros, checos, polacos, eslovacos, eslovenos, croatas, serbios, rumanos e italianos. El Imperio turco, bajo el cual se encontraban turcos, griegos, búlgaros, serbios, albaneses y rumanos. De éstos, el primero es un nacionalismo aglutinador, mientras que los otros dos representan un nacionalismo disgregador. Aunque los movimientos nacionalistas estallaron fuertemente y con violencia en la primera mitad del siglo XIX, no comenzaron a tener éxito hasta después de 1850, principalmente con las unificaciones italiana (1861) y alemana (1871).    Si bien en su origen, estos primeros movimientos nacionalistas surgieron vinculados al liberalismo, ya que al igual que éste propugnaban las libertades de los ciudadanos y de los pueblos. El nacionalismo es un movimiento liberal en Europa hasta el proceso revolucionario de 1848, para convertirse durante la segunda mitad del siglo XIX en conservador y una de las ideologías básicas en la expansión imperialista.

El imperialismo europeo.

La industrialización y el enorme desarrollo tecnológico de Europa, especialmente en la época de la Segunda Revolución Industrial, provocaron la separación del mundo en dos grandes grupos: los países industrializados y los no industrializados. Los primeros terminaron por imponerse sobre los segundos, que quedaron bajo su dependencia directa o indirecta. La Europa industrial, gracias a su vitalidad demográfica, su superioridad industrial, técnica, comercial y financiera impuso su modelo económico, sus valores, ideales y su cultura a gran parte del mundo.

El imperialismo se puede definir como el sistema en el que la política, la economía y la cultura de una parte del mundo se organizan en función del dominio de unos países sobre otros. El imperialismo que surge en el siglo XIX fue la culminación del colonialismo iniciado en los siglos XV y XVI. Pero ambas formas de dominación colonial fueron muy distintas. Los viejos imperios coloniales estuvieron ubicados principalmente en América, mientras que los nuevos imperios coloniales se centraron en Asia y África. Las antiguas colonias habían sido de asentamiento y los emigrantes habían creado sociedades que pretendían ser similares a las europeas, frente a las nuevas colonias que fueron, sobre todo, territorios de ocupación, donde una minoría europea no se mezclaba con la autóctona y ejercía el control político y económico. Por otro lado, si el ritmo de ocupación había sido lento y limitado en el pasado, en el siglo XIX la rapidez fue la tónica general. Por último, las posesiones coloniales de la época moderna dieron lugar a escasos conflictos en comparación con los desarrollados con el imperialismo del siglo XIX, con guerras constantes, ya que la expansión colonial se había convertido en un objetivo fundamental de la economía y la política de los países industrializados.

Factores.

Desde el punto de vista económico, el desarrollo del imperialismo se vincularía a las necesidades de las industrias de los países europeos desarrollados. La industria llegó a tal grado de crecimiento que se hizo necesaria la búsqueda de nuevos mercados para sus productos, de materias primas abundantes y baratas, así como de nuevos espacios económicos donde poder invertir el capital excedente y hallar más beneficios, donde, además la mano de obra era abundante y, por lo tanto, barata. Esas condiciones se encontraban en los territorios más atrasados, sin medios técnicos y más débiles de otros continentes, especialmente de Asia y África. Tenemos que tener en cuenta que la crisis de 1873 provocó que los países industrializados desarrollaran políticas proteccionistas, por lo que se hizo indispensable buscar esos nuevos mercados, más materias primas y lugares donde invertir y encontrar rentabilidad. Actualmente, se está matizando esta teoría clásica económica en relación con el imperialismo. Hay estudios que consideran que la mayor parte de las inversiones extranjeras de los países desarrollados no se encaminaron hacia los nuevos territorios sino hacia otros países industrializados o en vías de serlo, como los Estados Unidos. Además, siempre según esta nueva teoría, la mayor parte del comercio exterior, tanto de productos industriales como agrarios, siguió siendo entre los países industrializados. Por fin, se en duda la rentabilidad económica de algunos imperios, como el británico, el principal de todos ellos. Se habría comprobado como los costes para mantenerlo –administración, ejército, etc.- no justificaban los beneficios obtenidos. Además, el imperialismo no benefició a toda la población ni a todos los sectores económicos británicos por igual. Los principales beneficiarios fueron los sectores económicos que invirtieron en empresas coloniales mientras su contribución a los costes de la administración colonial fue muy reducida. Las clases medias fueron las que contribuyeron a este coste con sus impuestos, y obtuvieron muy pocos beneficios o ninguno de la expansión imperial de su país.

El enorme crecimiento natural de la población europea durante el siglo XIX generó un importante flujo migratorio. La posibilidad de contar con territorios coloniales donde poder asentar los excedentes demográficos contribuyó a la expansión imperialista. Bien es cierto que la mayor parte de la población europea se encaminó hacia los países americanos, pero buena parte de la opinión pública de los países industrializados europeos valoraba la conquista de territorios para poder asentar esos excedentes demográficos.

La expansión imperial de las potencias europeas tiene mucho que ver con el deseo de aumentar sus respectivos poderes políticos a escala internacional. Los países europeos se apresuraron a controlar militarmente, además de económicamente, territorios, rutas terrestres y marítimas, a obstaculizar la expansión de sus competidores y a aumentar su influencia en el contexto diplomático. Los gobiernos europeos consideraban sus imperios como un factor estratégico.

En el siglo XIX se vivió una verdadera fiebre descubridora, un enorme interés por explorar todos los rincones del planeta, especialmente las zonas desconocidas hasta ese momento. Se constituyeron importantes sociedades científicas y geográficas para adentrarse en Asia y en África. Estas exploraciones abrieron nuevas rutas, permitieron conocer casi todos los territorios y a muchos pueblos que no habían tenido contacto con los europeos. Los conocimientos adquiridos fueron utilizados para colonizar estas áreas. Livingstone, Stanley o De Brazza fueron destacados exploradores.

El imperialismo no puede ser entendido sin conocer las concepciones racistas sobre la superioridad de la raza blanca de la época. Esta mentalidad vino acompañada por la exaltación nacionalista de las potencias europeas. Los estados afirmaban su superioridad y defendían su deber de difundir sus valores, su cultura, su idioma, la religión y la civilización occidental por todo el mundo.

Por fin, no se puede negar la concepción paternalista del colonialismo. El hombre blanco tendría la supuesta responsabilidad de civilizar a los pueblos considerados como inferiores. Las grandes confesiones cristianas –católica, anglicana y protestante- defendieron la actividad misionera. Justificaron el colonialismo por la necesidad de evangelizar a los considerados pueblos primitivos.

La ocupación de Asia

En el siglo XIX, las principales potencias colonialistas europeas occidentales, especialmente, Gran Bretaña y Francia, así como Rusia, Estados Unidos y Japón, intervinieron activamente en el continente asiático.

Gran Bretaña se concentró en la India, la “joya de la Corona”. En el siglo XVIII, la Compañía Inglesa de las Indias poseía o controlaba los puertos de Madrás, Calcuta y Bombay. Tras las revueltas de los cipayos –soldados indígenas del ejército británico- de 1857, el gobierno británico asumió directamente el control de la India, estableciendo una administración gobernada por un virrey. La India fue el más acabado ejemplo del imperialismo británico. La reina Victoria fue proclamada emperatriz de la India en 1877. Para garantizar una zona de seguridad alrededor de la colonia, los británicos se enfrentaron a los franceses para controlar Birmania (1886).

Francia, por su parte, se centró en Indochina. En primer lugar, los franceses comenzaron a adueñarse de la Conchinchina desde finales de la década de los años cincuenta. Entre 1860 y 1880 se anexionaron toda la región del Mekong y establecieron un protectorado sobre Camboya. Después de vencer a los chinos, Francia implantó sendos protectorados sobre Annam y Tonquín. Todos estos territorios conformaron, a partir de 1887, la Unión Indochina, a la que se unió, en 1893, el reino de Laos. Aunque esta zona fue de presencia eminentemente francesa, los británicos ocuparon Birmania, los Estados Malayos y Singapur. Para asegurar la paz, las dos potencias europeas decidieron mantener libre y neutral el Estado de Siam, que funcionaría como una especie de frontera entre los dos imperios coloniales.

Los holandeses, por su parte, establecieron un imperio colonial en Indonesia.

El imperio ruso aceleró, durante el siglo XIX, su tradicional expansión hacia Siberia. En la segunda mitad del siglo más de cinco millones de rusos emigraron a las nuevas tierras siberianas. Uno de los motores de la expansión por Siberia fue la construcción del famoso ferrocarril transiberiano. Los rusos intentaron, además, expandirse hacia el sur. Por esta zona llegaron hasta los límites de la India, generando un largo litigio con los británicos por el control de Persia y Afganistán, así como por el Tíbet. La otra gran rivalidad colonial de los rusos fue con los japoneses. En 1904-1905 se produjo la guerra ruso-japonesa, en la que el gigante ruso fue vencido por un Japón en plena expansión imperial en el continente.

La intervención en China se convirtió en un asunto conflictivo durante el siglo XIX. El país no fue ocupado por ninguna potencia, aunque algunos países europeos consiguieron establecer algunos enclaves comerciales. Los británicos deseaban equilibrar sus compras de té y seda chinos con la venta de opio que traían de la India. El gobierno chino prohibió en el año 1839 la entrada de opio, pero los ingleses decidieron seguir vendiéndolo. Este hecho desembocó en las guerras del opio, que finalizaron con el Tratado de Nanking de 1842. Este tratado proporcionó a la Gran Bretaña el enclave de Hong Kong y la apertura de doce puertos al comercio. Pero este tratado tuvo otra consecuencia: la demostración de la debilidad del Imperio chino ante Occidente. En el último tercio del siglo XIX y primeros años del XX se produjo un verdadero acoso occidental y japonés sobre China. Francia consiguió una zona de influencia en el sur. En el nordeste, en la región de Manchuria entraron rusos y japoneses. Los alemanes y británicos se situaron en la península de Shandong. Éstos últimos también controlaron zonas en el sudeste y en el Yangtsé. Los británicos deseaban controlar la economía china, especialmente la explotación de las minas, los ferrocarriles y el comercio. Todas estas injerencias provocaron reacciones de signo nacionalista, destacando la protagonizada por reformadores radicales en el levantamiento de los Cien Días (1898) y la revuelta popular de los boxers (1900-1901), duramente reprimidas. Pero la situación de China desembocó en 1911 en una revolución que terminó con el imperio e instauró una república. Las nuevas autoridades buscaron liberar a China de las injerencias extranjeras, además de reconstruir el país.

En Oceanía hay que destacar el poderío británico, ya que controlaban los dos territorios más importantes: Australia y Nueva Zelanda, colonias de poblamiento, que terminaron por alcanzar un alto grado de autonomía dentro del imperio.

El reparto de África

El continente africano, escasamente poblado, fue ocupado y repartido entre las potencias europeas. A principios del siglo XIX, los europeos solamente poseían factorías costeras o pequeñas colonias. Pero en la segunda mitad del siglo, exploradores y misioneros recorrieron África, aprovechando el curso de los grandes ríos: Níger, Nilo, Congo, Zambeze y por el Sahara.

A partir de 1870, las expediciones se multiplicaron y las potencias europeas se lanzaron a una verdadera carrera de conquista y colonización de territorios. Los británicos deseaban establecer un imperio de norte a sur, vertebrado por el ferrocarril El Cairo-El Cabo, dominando, a su vez, la fachada oriental del continente con vistas a controlar el Océano Índico. Gran Bretaña obtuvo territorios muy ricos en minerales (oro y diamantes), así como de gran valor estratégico, como el Canal de Suez, por el que controlaban el paso entre el Mediterráneo y el Mar Rojo hacia el Océano Índico.

Por su parte, los franceses pretendían levantar un imperio de este a oeste del continente africano. Comenzaron por dominar Argelia y desde allí fueron dominando gran parte del norte de África (Marruecos y Túnez), la costa occidental del continente y se extendieron hacia Sudán, punto de fricción con los británicos, ya que era la zona de choque con la línea norte-sur británica.

El rey de los belgas -Leopoldo II- encargó la exploración de la zona del Congo para levantar un imperio propio. Los alemanes se establecieron en África central. Así pues, muy pronto comenzaron a entrar en colisión los intereses de las grandes potencias. Ante esta situación, en el año 1885 Bismarck convocó una conferencia internacional en Berlín. En la Conferencia se tomaron una serie de decisiones sobre la colonización de África: garantía de libre navegación por los ríos Níger y Congo, establecimiento de unos principios para ocupar los territorios por parte de las metrópolis, como eran el dominio efectivo y la notificación diplomática al resto de las potencias del establecimiento de una nueva colonia. Pero la Conferencia no terminó con los enfrentamientos entre las potencias coloniales.

Posteriormente, los alemanes se establecieron en Togo, Camerún, África suroccidental y Tanganica, mientras que los portugueses se hacían con Angola, Mozambique y Guinea-Bissau. Italia estableció su imperio en Libia y Somalia. Por fin, España se estableció en lo que luego fue Guinea Ecuatorial y en el Sahara Occidental (Río de Oro). También, estableció un protectorado en la zona del Rif marroquí.

En el sur de África, dos pequeñas repúblicas vecinas –Transvaal y Orange- estaban en manos de los holandeses nacidos en el continente africano y conocidos como bóeres, después de haberse marchado de la zona de El Cabo, huyendo de la expansión británica en la zona. Pero la noticia del descubrimiento de importantes minas en Transvaal motivó a los ingleses para invadir los territorios de los bóers, provocando el estallido de una guerra, que duró tres años, con un alto coste en vidas humanas. Al final, esos territorios fueron anexionados al Imperio británico.

La administración colonial

Las metrópolis establecieron sistemas de gobierno y administración en los territorios coloniales. Dependiendo del tipo de poblamiento se pueden definir dos tipos de colonias. En principio, estarían las denominadas colonias de explotación, con poca población emigrada de las metrópolis. Lo que se buscaba era la explotación sistemática de sus recursos. Casi todas las colonias africanas y asiáticas eran de este tipo. En segundo lugar, estarían las denominadas colonias de poblamiento. Estas colonias contaban con un fuerte contingente de población europea emigrada, que se impuso a la escasa población indígena. Estas colonias terminaron por contar con un alto grado de autonomía y fueron las primeras que se independizaron. Los ejemplos más destacados fueron: Canadá, Australia y Nueva Zelanda, dentro del imperio británico.

En función del gobierno impuesto por las metrópolis, tendríamos, las colonias propiamente dichas, es de decir, sin gobierno propio y dependientes directamente de la administración de la metrópoli. La autoridad era ejercida, generalmente por un gobernador o virrey, junto con una administración de funcionarios coloniales. Las colonias eran los territorios que estaban más sometidos a los intereses económicos de las metrópolis. La India británica o la Indochina francesa son dos ejemplos, entre los muchos que se pueden aducir. Otro caso sería el de los protectorados. En estos territorios había un gobierno propio indígena pero la administración colonial supervisaba su acción y ejercía las funciones de defensa y política exterior. Era una fórmula que se estableció en lugares que con anterioridad habían sido estados independientes, como en los casos de Egipto o de Marruecos. Los dominios eran territorios con escasa población indígena, en los que la población blanca dispuso un gobierno y sistema parlamentario propio, aunque dependiente de la metrópoli. Fue la fórmula de casi todas las colonias de poblamiento: Australia, Canadá o Nueva Zelanda. Los mandatos nacieron después de la Primera Guerra Mundial como una fórmula para administrar los territorios dependientes de las potencias perdedoras en el conflicto. La mayor parte de los mandatos fueron ejercidos por Gran Bretaña y Francia, en representación de la Sociedad de Naciones, destacando los establecidos en Próximo Oriente. Por fin, las concesiones eran territorios cedidos o arrendados por estados independientes a las potencias coloniales por un tiempo determinado. Solían ser enclaves muy codiciados por su interés estratégico o comercial, como el caso de Hong Kong, concesión china a Gran Bretaña durante cien años, o porque tenían materias primas y recursos valiosos, en cuyo caso la concesión se solía circunscribir a la explotación de los mismos.

Consecuencias del imperialismo sobre los pueblos colonizados

El colonialismo provocó un profundo impacto en la vida de los pueblos colonizados en todos los aspectos. En lo económico, la situación empeoró para la mayoría de la población, a excepción de las élites locales. Se produjo un proceso de expropiación de las tierras indígenas, que pasaron a manos de los colonizadores o sus empresas. En la agricultura se abandonaron los cultivos y formas de cultivar tradicionales, vinculados a la subsistencia familiar, y se establecieron plantaciones, implantando monocultivos extensivos para la producción de productos que cubriesen las necesidades de las metrópolis. Como ejemplos, se pueden citar los siguientes: caucho en Indochina, cacao en Nigeria o café en Tanganica. Por otro, lado se potenciaron las explotaciones de recursos minerales y energéticos a favor de las metrópolis. La imbricación de las colonias en la economía mundial potenció el empleo del papel moneda, por lo que la economía monetaria se yuxtapuso a la de subsistencia anterior. Las potencias coloniales construyeron nuevas infraestructuras: puertos, carreteras y ferrocarriles, que quedaron cuando las colonias se independizaron, pero que se hicieron para beneficio de la explotación económica colonial y no para atender a las necesidades de las poblaciones indígenas.

En el ámbito demográfico hubo aspectos positivos y negativos. En lo positivo, fueron indudables los beneficios producidos por la introducción de la medicina moderna, por las mejoras higiénicas y la construcción de hospitales. La mortalidad en muchas colonias disminuyó y aumentó la población, ya que la natalidad continuó siendo alta. Pero, también es cierto, que en algunos lugares la intensidad de la explotación de la población indígena provocó una clara disminución demográfica, siendo el caso del Congo el más significativo. Por otro lado, donde la población indígena era más débil se redujo aún más, como en Oceanía. Pero, además en el caso de los aumentos de la población, gracias a la disminución de la mortalidad, se rompió el equilibrio entre la población y los recursos, comenzando a producirse problemas de abastecimiento y de subalimentación crónica.

La estructura de las sociedades indígenas cambió con el colonialismo. Los nuevos ritmos de trabajo desorganizaron la vida tribal o indígena, así como las jerarquías previas. Además, muchos grupos étnicos fueron divididos o unidos a otros de forma artificial y, de ese modo se rompieron etnias y se forzaron convivencias de grupos enfrentados. Por último, las administraciones coloniales utilizaron a determinados grupos indígenas para reclutar a sus ejércitos o para parte de la estructura administrativa, generando diferencias y favoreciendo a unos sobre otros a cambio de su fidelidad.

Los repartos coloniales tuvieron graves consecuencias cuando se produjeron los procesos descolonizadores. En el caso de África, las fronteras establecidas por las metrópolis no respetaron las etnias y cuando las colonias se independizaron estallaron odios tribales y guerras crueles. Las costumbres, las religiones, las tradiciones y formas de entender el mundo y la vida de los pueblos indígenas sufrieron el fuerte impacto de los valores, ideas y religiones occidentales. Se produjo una fuerte crisis de identidad de estos pueblos. En el caso de los pueblos de la zona subsahariana, el impacto fue mayor que en Asia donde estaban muy asentadas culturas de tradición milenaria, como la hindú o la china, entre otras.

La crítica al imperialismo

En las metrópolis no hubo unanimidad en la defensa del colonialismo. Algunos políticos, intelectuales, religiosos y grupos de opinión se opusieron a la dominación colonial. En Francia hubo un intenso debate, al respecto. Políticos como el radical Clemenceau o el socialista Jaurès se opusieron al colonialismo. La II Internacional Socialista condenó el imperialismo como una forma de explotación capitalista, aunque hubo socialistas que valoraron, en cierta medida, algunos aspectos positivos del imperialismo, tanto en relación a las poblaciones indígenas, como hacia los obreros europeos. Por su parte, Lenin hizo una interpretación fundamental sobre el imperialismo, como estadio supremo del capitalismo. El capitalismo habría pasado de su forma industrial a la financiera, por lo que a la lucha de clases se había añadido la lucha política entre los estados por los mercados, las materias primas, las colonias, etc. El desarrollo de esta teoría permitiría a Lenin defender la revolución en Rusia, ya que el proletariado occidental se habría enriquecido y ya no era la base revolucionaria que había explicado Marx en la fase anterior del capitalismo. Ahora era el turno del proletariado de países más atrasados.

Presencia europea en África.

En la primera mitad del siglo XIX misioneros y exploradores acumularon información geográfica, etnográfica, lingüística e histórica del continente africano. Tal información y la imagen que estos individuos trazaron de África de mercaderes y conquistadores europeos y, por otra, a profundizar los prejuicios raciales arraigados por los europeos.

Los misioneros.

Con los portugueses en el siglo XV, se inició la presencia de misioneros cristianos en las regiones costeras de África. Sin embargo para comienzos del siglo XIX y en la medida que la exploración del continente avanzaba, la presencia de misioneros se intensificó y se dirigió hacia su interior.

El interés fundamental de los misioneros era promover la religión y la civilización cristiana y servir como agentes del colonialismo europeo, ya que consideraban que el éxito de su misión dependía de la seguridad y protección que la potencia le brindaba la potencia imperialista de la cual dependían. Los misioneros actuaban convencidos de  su papel civilizador sobre las diversas tribus a las que pretendían llevar el mensaje de la “religión verdadera”. Con su acción contribuyeron a la desarticulación cultural de los pueblos africanos y a la imposición de una cosmovisión eurocéntrica.

Los exploradores se preocuparon por conocer el curso del rio Níger. En 1830 los hermanos Richard y John Lander exploraron la ruta del Níger por encargo del gobierno británico, aprovechando el conocimiento acumulado por anteriores exploradores. Otro explorador fue Henry Morton Stanley periodista estadounidense que exploró los cauces de los ríos Nilo y Congo.

La labor de los exploradores y los informes que presentaron en congresos geográficos y conferencias, generaron una gran expectativa acerca de las riquezas naturales del continente africano y de las posibilidades económicas para los empresarios e inversionistas.

Evolución del proceso.

En un comienzo la acción de los europeos se limitó a compañías comerciales privadas que actuaban sobre puntos estratégicos, en las costas y en el curso de los ríos más importantes, para asegurarse de las rutas comerciales y de navegación. Su presencia estaba limitada a las zonas costeras, con excepción del norte del continente, donde Francia y Gran Bretaña ejercían control sobre Argelia, Túnez y Egipto.

En 1880 Francia ocupaba la zona costera de Senegal, Gabón y Argelia. Inglaterra tenía sus posesiones sobre Sierra Leona, Ghana y Sudáfrica. Portugal controlaba Angola y Mozambique. Sin embargo hacia 1914, toda África con excepción de Etiopía y Liberia, estaba dividida en colonias y sometida a las potencias europeas. El control político de África por parte de Europa se vio estimulado por tres acontecimientos:

1. El interés expansionista de Leopoldo I de Bélgica, que se manifestó con la Conferencia Geográfica de Bruselas en 1876. El resultado fue la organización de la Asociación Africana Internacional, que tenía como objetivo promover la penetración europea en África y la contratación de Henry Morton Stanley para explorar el Congo, reconocido por todas las naciones europeas.

2. El envío de una oleada de expediciones por parte de Portugal, que pretendía extender sus dominios y contrarrestar el avance belga.

3. El ambiente expansionista que imperaba en Francia, que se expresó a través de Tunicia y Madagascar. 

Conferencia de Berlín.

La anexión de Togo, Camerún y África oriental por Alemania y el avance  de las demás potencias reflejaban hacia 1880, el interés en la colonización del continente y la profundización de las contradicciones entre los países europeos por el reparto de África. Ante esta situación, temiendo ser expulsado del continente, Portugal propuso la realización de una conferencia internacional para solucionar las disputas territoriales que se daban en África central.

Después de sondear las opiniones de las demás potencias, el canciller Otto Von Bismarck promovió y presidió la celebración de la Conferencia de Berlín, la cual definió el reparto de África entre las potencias europeas.

En la conferencia, los países que tenían colonias en África por mucho tiempo como Portugal, reclamaban el derecho a ocupar esos territorios. Alemania y Gran Bretaña, entre otros, sostenían que el derecho de ocupación lo tenían aquellos países que estuvieran en condiciones económicas de desarrollar tales colonias. Gran Bretaña aspiraba a construir una línea férrea que atravesara el continente, desde el Cairo en Egipto hasta el Cabo en Sudáfrica, a lo cual se oponían Francia y Alemania. Portugal intentaba unir Angola y Mozambique mediante el dominio de los territorios que separaban sus dos colonias y Francia deseaba establecer un enlace entre Senegal, Gabón y Somalia, utilizando el Sahara y Sudán.

  La conferencia reconoció el estado libre del Congo, determinó la libertad de navegación de los ríos Congo y Níger, estableció la libertad de comercio en áfrica central y avaló la doctrina de la zona de influencia o derecho a que cada país que tuviera posesiones en las costas, ampliara sus dominios tierra adentro. Esto significaba que la posesión de la costa permitía también la posesión del interior hasta una distancia casi ilimitada. Además, según el documento que firmaron los participantes, cualquier nación europea que en el futuro tomara posesión de una costa africana debía notificarlo a los firmantes del acta de Berlín para que sus pretensiones fueran ratificadas. 

¿Por qué fue posible la conquista de África?

En términos generales la conquista del territorio africano fue posible por las siguientes razones:

1. Gracias a las actividades de los exploradores y misioneros europeos, hacia 1880. Europa estaba bien informada sobre África: su aspecto físico y economía, en la fuerza y debilidad de los diferentes estados y naciones africanas.

2. Por los cambios en la tecnología médica y en particular al descubrimiento de la quina, cura contra la malaria, pues así los europeos tenían menos miedo de África, que el que tenían en siglos anteriores.

3. Los recursos financieros y materiales de que disponía Europea eran abrumadores en comparación con los africanos. Por lo tanto, los países europeos se podían dar el lujo de hacer millonarias inversiones en campañas en ultramar; los africanos, por su parte, no podían mantener prolongados enfrentamientos militares.

Tratados y reparto de África.

Al finalizar la década de 1880, Europa vivía un periodo de equilibrio, de tal manera que los países europeos pudieron concentrar sus esfuerzos en las actividades imperiales. En el acta de Berlín los europeos habían establecido puestos comerciales en África, tenían asentamientos misioneros ocupados en zonas estratégicas y habían realizado tratados con los gobernantes africanos.

Después de la conferencia el reparto y la división de África se realizaron, por una parte, entre africanos y europeos y, por otra, entre los mismos europeos. Los primeros incluían tratados comerciales, tráfico de esclavos, tratados políticos, mediante los cuales los gobernantes africanos declaraban rendir su soberanía a cambio de protección y bajo el compromiso de no realizar acuerdos con otras naciones europeas. Tras la realización de estos tratados, era usual que los territorios africanos se anexaran al país europeo o se declarara protectorados.

Las zonas de influencia obtenidas por los países europeos eran impugnadas con frecuencia por otras potencias; con el tiempo las contiendas por delimitación territorial fueron dirimidas mediante acuerdos entre dos o más países que operaban en la misma región. En dichas delimitaciones, rara vez se tenían en cuenta las fronteras políticas tribales; por lo tanto diferentes pueblos quedaron divididos entre dos o más territorios coloniales. Por ejemplo, los zande quedaron escindidos entre el Congo Belga y el Sudán británico; los lunda entre Angola, el Congo y Rhodesia. Desde entonces, esta situación ha sido fuente de conflictos y dificultades políticas en el continente africano.

Colonialismo en Asia y África.

Antecedentes del colonialismo.

El siglo XIX continúo con el colonialismo que se había iniciado a partir de los descubrimientos geográficos de los siglos XV y XVI que llevaron a la ocupación europea de América, costas africanas e islas del Pacífico sur. La relación colonial se manifestó en el dominio económico, político, social y cultural que ejerció una metrópoli o grupos sociales de comerciantes y financistas sobre poblaciones de los territorios colonizados, con el fin de que abastecieran a ésta de recursos minerales, productos agrícolas y mano de obra que requería para su fortalecimiento.

Primera etapa colonial del siglo XIX.

La colonización en este periodo consistió en la presión que Inglaterra y, en menor medida Francia, ejercieron sobre los territorios dominados, para que estos abrieran su comercio a los productos y  capitales de comerciantes y compañías privadas metropolitanas a través de mecanismos como la reducción de tarifas arancelarias y la solicitud de préstamos. Las empresas coloniales controlaron los mercados de materias primas e hicieron préstamos a dichas regiones, para que invirtieran en la producción de materias básicas y el mejoramiento de la infraestructura destinada a la explotación de dichos productos.

La potencia dominante.

Inglaterra en esta etapa recibió  enormes ganancias por el intercambio comercial y por concepto de intereses, debido a la concesión de préstamos, por ejemplo sus exportaciones en la región mediterránea creció en un 800%.

El predominio ingles se dio por que como potencia no conto con rivales de su talla, debido a que algunas naciones europeas hasta ahora se estaban fortaleciendo en los procesos de industrialización y crecimiento demográfico, que los ingleses ya habían consolidado.

La colonización comercial en Asia y en África.

Los territorios vinculados al colonialismo británico fueron:

Puertos de escala: Región mediterránea-Malta, Corfú, Islas Jónicas; Región de la India- Gibraltar, el Cabo, Isla Mauricio, Adén, Ceilán; Ruta a China-Singapur y Hong Kong. Estas zonas fueron arrebatadas en su mayoría a españoles.

Factorías comerciales: en la costa africana Sierra Leona y Ghana.

Dominios: colonias de poblamiento blanco en Sudáfrica, Nueva Zelanda y Australia.

Colonia de explotación: India.

Estos territorios pasaron de ser mercancías exóticas como seda, marfil, especias, a productores de materias primas como algodón, té, ganado, lana, cueros y compradores de manufacturas inglesas.

La mayor parte de habitantes de estas regiones, con excepción de las colonias de poblamiento blanco, no pudieron convertirse en consumidores de los productos europeos, mientras que gobernantes y comerciantes, que eran minoritarios, se enriquecieron con los intercambios europeos. En las regiones que no fueron dominios, no hubo industrialización; sólo se consolidaron algunos puertos, donde se destacaron las compañías de armadores de barcos o el empaque de productos para la exportación, como el caso del té.

Otros territorios asiáticos y africanos sobre los que se ejerció este colonialismo fueron:

Egipto y norte de África: influida por Francia desde los tiempos de Napoleón y durante la primera mitad del siglo XIX, llegaron los colonos italianos especialmente a Argelia y Marruecos.

Alaska, Samarkanda y Bukhar: ocupadas por Rusia.

Mozambique, Angola, Sao Tomé y Príncipe, controladas por los portugueses, mientras que el rio Muni y Fernando Poo pertenecían a España.

Puertos del oriente: abiertos al comercio internacional bajo la tutela de estados Unidos; Manila en 1837 y Tokio en 1853.

Segunda etapa colonial del siglo XIX: el imperialismo (1870-1914).

En la fase del colonialismo comercial, la población europea pasó de 190 millones de personas en 1815, a 300 millones en 1870; este crecimiento se dio debido a la expansión de la economía capitalista en países como Alemania, Italia, Bélgica y las tradicionales potencias coloniales: Holanda, Inglaterra y Francia.

El crecimiento capitalista europeo sufrió una crisis hacia 1873, ocasionada por la inmensa producción de riqueza representada en capitales, mercancías, sobreoferta de mano de obra, que no pudo ser aprovechada al interior de las diferentes naciones porque no aumento la capacidad de consumo de la población, debido a los bajos salarios y a las malas condiciones de vida industrial.

La política de los diferentes gobiernos europeos se orientó a la exportación de capitales, inversiones y excedente de población a las colonias, como estrategia para sostener el ritmo de crecimiento y aumentar la producción nacional. A las colonias se les asignó la tarea de suministrar materias primas que no poseían las metrópolis, fuentes de energía baratas y convertirse en un lugar de producción con bajos costos y altas ganancias.

Bibliografía

 

Puedes ampliar tus conocimientos consultando

 

ESPACIOS 8 -Editorial norma.

EXPLORADORES – CIENCIAS SOCIALES 8 - Editorial Voluntad

NAVEGANTES – SOCIALES 8 - Editorial Norma

ZONA ACTIVA – SOCIALES 8 - Editorial Voluntad

AVANZA SOCIALES 8 - Editorial Norma

 

Web grafía

https://elobrero.es/historalia/69717-el-imperialismo-europeo.html

 


 


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